Supplément au n° 688 d' « ESPOIR »
EDICIONES C.N.T. — TOULOUSE, 1975
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NUEVA EDICION C.N.T. — JULIO 1975
«El gobierno no es necesario. La Institución de gobierno es una necesidad para un sistema social que no tiene por base la igualdad económica.»
Cuando hayas abierto las páginas de este librito, amigo lector, te encontrarás frente al espíritu abierto del compañero Germinal Esgleas. Quizás el criterio de los impudentes te haya dado la falsa idea de que este Germinal que tienes en presencia es un carácter cerrado, enjuto, apto para la intriga y la imposición. Lee y comprenderás que nada hay de eso. Lee, y verás como se trata de un corazón caliente, de un sistemático del estudio, de un hombre enraizado en las ideas. De este criterio —que es elemental entre los que conocemos la trayectoria de Esgleas, iniciada lo menos hace cincuenta años— participarás tú, lector, cuando la palabra firme y documentada del autor te haya conducido amigablemente hasta la página final.
Desde joven. Germinal se ha revelado estudioso, dinámico y universalista, pues que no en vano vio la luz primera a la vera de este camino del mundo que es el mar. / a fe mía que este muchacho (dejad que regrese a mi juventud tratándole de joven a él) ha sido uno de los pocos casos de autodisciplina y de valor unido a la sobriedad. Frente al desorden pintoresco, pero desastroso, de los Antonio Loredo, Antonio Trullol y Domingo Germinal, y ante la manifestación estentórea y negativa de la juventud que brilla, estalla y desaparece (juventud de fiesta mayor, en suma), este amigo que comentamos ha significado el equilibrio en permanencia, en gracia al arraigo de sus convicciones y a su aplomo moral.
Contrasta el carácter de este compañero silencioso y trabajador, con la realidad de lo que podríamos llamar, sin ofensa para nadie, el vulgo anarco-sindical. Al revés de los vocingleros. Esgleas ha enfocado el faro de su pasión en el análisis de las doctrinas y de los hechos; él ha preferido veinte horas de labor consecutiva, a la turbamulta de las reuniones. Frente a la declamación altisonante, ha sido no más que hormiga de trabajo. Y hoy, como ayer, prosigue en trabajador efectivo de la idea, condición ésta que no se puede mantener cuando la pasión ha fenecido, cuando del alma no queda sino el chasis. Con mérito menor, Gutierrez de ta! Ramo y Ramírez de tal Industria, obtuvieron cartel de publicidad. En cam-b;o, a los silenciosos, a los empecinados en las labores deductivas, de éstos las gentes superficiales y los seres que resbalan pisando los problemas, pocos los llegan a conocer. Es por ahí que los rencorosos han tratado de dar pie a sus banalidades.
Llevado de su ardor, también Esgleas pisó tablados. Con voz aun infantil admiraba a los públicos de aquel lejano entonces, no por su cortedad de años, precisamente, sino por el peso de su palabra. Parecía mentira que aquel jovenzuelo dijera cosas que muchos hombres ignoraban. Mas la tribuna no fué de su agrado; su espíritu le reclamaba fuera del barullo. Cada hombre posee su inclinación y la de Esgleas fue la de fortalecer su temple moral en la universidad del silencio.
Yo me traslado al año 1938 y me situó de visita a la Regional Catalana en plan de ser informado. Un periódico de la Organización estaba confiado a mi responsabilidad. Varias capacidades de nuestro Movimiento hubieran podido atenderme, pero jamás di con otro orientador que Germinal Esgleas. Que otras obligaciones retendrían a los demás, ésto no me permito ponerlo en duda; mas lo cierto es que de la mañana a la noche el autor de este libro no desertaba un segundo. Es su conducta de siempre. Vosotros que conocéis la idiosincracia de nuestros compañeros, confesad conmigo que el detalle que dejo apuntado vale por la reseña de un carácter.
Por espacio de cinco días, en aquella Casa de los Pasos Perdidos, no pude ser atendido con rapidez, y la espera me mordía los talones. Por lo visto, las visitas y las tareas del Consejo perturbaban la ligereza de mi gestión. No aguantaba más de cinco minutos y me iba. En una de estas fugaces esperas se cruzó conmigo un compañero calificado y conocedor, además, de la casa. —Este me va a orientar—, me dije, esperanzado. Y el que debía orientarme me pidió a mí, casi forastero, en que sitio se hallaba el retrete.
Un día de estos levanté la voz (alguna vez hay que levantarla) y Esgleas apareció sonriente, siendo así que yo quería que se enfadase conmigo. A mi manera, lo ametrallé:
—A ver si me obligaréis a incurrir en disparate, a ver en qué día abrís el grifo de la orientación, a ver si recordáis que yo y e! periódico tal aun existimos, a ver...
—A ver si entramos aquí dentro.
Naturalmente, entramos y yo acredité que el día sólo tiene 24 horas y que, por consiguiente, no disponía de tiempo que perder. Mientras, una preocupación me aguijoneaba:
—Con cinco días de «incomunicación», ¿habré desentonado?
—No, por casualidad —repuso Esgleas, sonriendo.
Convéngase conmigo que ei tema se prestaba para sostener una hermosa escandalera. Mas, con Esgleas de por medio, imposible.
Observándole de lejos, maltrechos por la pasión, los compañeros que no lo parecen, metidos en traje jaranero se empeñan en presentarle a través del prisma del equivoco y yo, en este punto, me creo apto para interpretar a que se debe esa mala disposición. No es de ahora que los volubles, los movedizos, los inconstantes, sufren la presencia del sujeto rectilineo, del hombre íntegérrimo. a cuya sombra se sienten convictos de claudicación. Nadie escapa a las puyas del adversario ni de los pretendidos amigos. Se ha dicho hasta la saciedad que Anselmo Lorenzo fue respetado por todos, y ello no es exacto. L. B., ex-profesor de la Escuela Moderna, lo trató publicamente de chiflado, haciendo hincapié de una frase favorita de Anselmo: el patrimonio universal.
Germi —que no es ni más ni menos que un compañero— ha disgustado al público que desentona, con unos trazos suyos de singular firmeza. Sus palabras de ayer que levantan ampollas hoy. Léase esto que sigue, y se verá lo recio del pensamiento de nuestro calellense en su celo por la integridad de las conquistas, en su enemiga al Estado, en su desconfianza por los métodos de la desviación. Las palabras que antepongo a este prefacio a guisa do enunciado, reflejan claro cuál es el sentir del amigo cuya obra presentamos. Sin hablar de inútiles videncias, en las páginas que siguen encontraremos afirmaciones añejas que cobran inusitada actualidad: «Hacer del problema social una cuestión de reformas políticas, con la declaración platónica de que no se renuncia al objetivo final, mientras se desvía la acción de tal objetivo, es negar al propio socialismo.» Esgleas entiende persistir, tesonear y violentar en revolucionario, sin por ello perder de vista que «la violencia no es ni puede ser un fin». Hay que desplazar al autoritarismo sin querer pasar a la categoría de autoritarios. «Destruir a la autoridad no lo conseguiríamos jamás pasando a convertirnos nosotros en autoridades. Se destruye dejando de ejercerla y procurando que nadie la ejerza.» Y aun esto: «La autoridad que combatimos los anarquistas es la de ayer, la de hoy y la de mañana en todas sus formas de expresión y a través de todas sus transformaciones; y si hay algunos anarquistas que no lo entiendan así, es porque aun en su espíritu ejercen más grande influencia las corrientes autoritarias.»
V «prou». No sigo espigando porque lo que menos me he propuesto es leerte personalmente esta obra, caro lector. Adéntrate en la misma con afán analizador, y te aseguro que al terminar la lectura estarás convencido de no haber perdido el tiempo.
Juan FERRER.
VALORACION DEL SOCIALISMO Y DEL ANARQUISMO EN EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
NECESIDAD DE AVANZAR, DE DERRIBAR Y DE CONSTRUIR
Como el pensamiento humano no se estanca y la Humanidad se halla en la necesidad de vivir, el sistema social que no tiene en consideración esa evolución del pensamiento y la satisfacción indispensable de la necesidades individuales, cada día más complejas porque de la vida se tiene un más amplio concepto, crea un malestar creciente entre sus componentes y una desarmonía violenta e irreductible, que no puede tener fin sino con la transformación de dicho sistema.
Cuando el terreno sobre el cual se ha de edificar está ocupado por viejos edificios en ruina y no hay otro espacio mejor para emplazar las nuevas construcciones, derribar para construir es una operación tan conveniente como inevitable.
El proceso de transformación social, para seguir su curso evolutivo, necesita derribar y derribar con violencia porque la naturaleza y condición de los materiales no admite otro trato, pues del contrario representarían obstáculos de toda eternidad. Mas la violencia no es ni puede ser un fin. El fin es edificar, construir, materializar los ideales, idealizar la realidad para dar satisfacción ai espíritu humano, a la naturaleza humana, al individuo, que no ^ debe estar por debajo de la sociedad, sino a la altura de .la sociedad, ya que él la forma y, disponiendo de su libertad, la forma para que le defiende, no para que le someta y le convierta en un esclavo de deberes superiores a los voluntariamente aceptados.
UNICO PROGRAMA: LIBERTAD DE EXPERIMENTACION
La anticipación de lo que puede ser esa construcción futura que la conciencia de los hombres ha de provocar y de determinar, aunque puede converger en una línea general de concepción, en un esbozo esquemático fundamental no cerrado a mejora o innovación alguna, siempre tendrá un valor subjetivo y nadie puede pretender de otro la renuncia del mundo que cada uno, grupo, sector o Individuo se forja ¡n mente, porque el proceso evolutivo
real de la sociedad nadie puede fijarlo de antemano, por depender de complejos e imponderables factores, y es vana pretensión la de querer acapararlo de acuerdo con un principio intangible determinante que excluya la posibilidad de los diversos ensayos de experimentación. Lo que importa es extender el área de derribo para que los constructores animosos no se estorben unos a otros y para que cada uno, con la conciencia clara de un ideal sentido y de las necesidades humanas que no admiten ser desatendidas, nos pueda mostrar los frutos de la propia obra y los bienes positivos que de ella pueden derivarse, para todos.
VIA UBRE Y EXPEDITA
«No se destruye sino lo que se sustituye.» Pero lo inútil no hace falta sustituirlo. Se debe sustituir lo que es necesario, y en la conceptuación de lo necesario nos encontramos siempre con hondas divergencias y discrepancias de apreciación, lo que ha de inclinarnos voluntariamente a la renuncia de exclusivismos sistemáticos y al establecimiento de una fórmula general concordante y armoniosa, al par que fecunda: amplia libertad de experimentación para todos en cuanto no sea regresión a viejas formas superadas por el proceso de transformación revolucionaria. Porque no se trata de sustituir por sustituir, sino sustituir para mejorar. A la hora del parto revolucionario, no se va a suplantar la vida de un viejo sistema moribundo por un producto orgánico social de naturaleza inferior. La fase de la evolución debe ser una cosa efectiva, no un escamoteo del mundo naciente, regulado de antemano por decretos de estrecha limitación teórica.
La influencia del viejo mundo sobre el mundo naciente será tanto menor cuanto más se sepa prescindir de etapas de transición preconcebida y de medidas transitorias. Debemos fijar una finalidad orientadora, no una meta final que nos barra el paso como nuevo prejuicio vuelto conservador por el tiempo. El más allá debe ser una necesidad inapelable en todo movimiento vital. Triunfar ahora, no asegura el triunfo de siempre.. La evolución y la revolución no se detienen sobre victorias efímeras. Quien detiene el paso en ese proceso de desenvolvimiento es el que se queda atrás, que la gestación de los procesos transformadores de la sociedad es permanente.
LO FECUNDO VIVE EN LO MEJOR DEL IDEAL Y DE LA ACCION
Para que nuestra acción sea fecunda debemos atenernos a ideas generales, no a exclusivismos particularistas. La Anarquía es por naturaleza teórica, y debe ser por condición práctica en cuantos movimientos fecunde, un ideal de amplios horizontes. En altura y en amplitud espiritual con Influencia decisiva de conducta y de ejecutoría social, los anarquistas han de esforzarse en no ser rebasados por nadie, y lo mismo debe decirse en cuanto a sus audacias realizadoras, que no deben ser sobrepujadas.
Pero sería totalmente negativa, absurda, aquella actitud que pretendiera cerrar el paso a los demás que no se detienen en la marcha evolutiva y que también trabajan con entusiasmo para
la consecución de su fines, y se limitara a hacer una sorda oposición al avance de dichos elementos, sin pensar en ganarles la delantera superando sus métodos y su acción a la luz del ideal sustentado.
El movimiento no lo es todo. Importan los hechos, pero sólo resultan fecundos en la historia y en la vida los hechos iluminados por una idea, aun aquellos hechos que parecen producirse de una manera espontánea y casual, sin concurrir nuestra voluntad como determinante, y a los cuales ha de consagrarse también una inteligente atención para no desdeñar aquellas partes que pueden favorecer nuestros propósitos ideales.
EL ANARQUISMO NO ES NI DEBE SER VALOR SECUNDARIO
Vivimos en España un período de profunda conmoción social, repercusión también de la honda transformación social que se va gestando en el mundo. El anarquismo no puede resignarse a desempeñar, en el solar hispano, donde cuenta con tanto arraigo, un papel secundario. Limitar la acción del anarquismo a la simple exposición teórica del ideal sería querer que viviera anémico en la conciencia popular por falta de ejercicio social dinámico, ayudando con ello a que otras doctrinas más prácticas y activas le suplantaran. En la historia de la transformación social, esto es. en la realidad operante de esa transformación, el anarquismo, en España, debe y puede desempeñar un importantísimo, principal y decisivo papel manteniéndose en contacto directo con las masas populares, saturándolas de savia libertaria, dando aplicación afirmativa a todas las fuerzas de que dispone, sin mando ni jerarquías, imbatibles guerrillas de militancia voluntaria que, con el apoyo y la adhesión de la parte más sana del pueblo, del núcleo más consciente de trabajadores, pueden dar impulso a un vigoroso movimiento que por su valor y ardor combativo, por sus audacias y lo atrevido de sus concepciones, por el profundo sentido práctico que lo inspire, sin concesiones a los viejos prejuicios autoritarios, pueda convertirse en eje, y no ir a remolque, de la actuación renovadora.
LA POSICION E INFLUENCIA DEL SOCIALISMO MARXISTA
La socialdemocracia ha considerado hasta el momento actual el parlamentarismo como una fórmula principal de lucha. Va a repetirse una nueva experiencia en este sentido, en España, envuelta en una atmósfera de demagogia revolucionaria, que actuará como soporífero para el pueblo. El socialismo hispano ve una garantía en la pequeña burguesía y en los partidos de izquierda para un movimiento revolucionario democrático, que piensa aprovechar y transformar en socialista la revolución democrática. Es la vieja teoría de las etapas necesarias que el propio marxismo arrinconó en Rusia, en 1917. no dejando consolidar la revolución cfemócratica de Kerenski y no precisamente por Iniciativa de Lenln. sino del Soviet de Petrogrado, según Trotsky.
La historia del marxismo nos demuestra la preponderancia que ha ejercido la táctica parlamentaria sobre la insurreccional, reivindicada ésta en todo momento por los anarquistas. Con Octubre español, el socialismo ha querido situarse en un nuevo plano de lucha, que no debía haber abandonado y que seguramente lo habría acercado más a los verdaderos anhelos de las masas populares, sin traicionarlas en sus esperanzas con concesiones sucesivas a la democracia burguesa, que condujeron al socialismo a serlos descalabros y a un límite extremo de descrédito entre la parte de proletariado más consciente. Pero ese Octubre español, el mismo socialismo, según confesión propia, no se halla en condición de reivindicarlo global y plenamente. Las Juventudes Socialistas lo legitiman y lo colocan como acción señera. El ala reformista del socialismo español experimenta por él una repulsión íntima.
Y en esta hora histórica, ni el ala izquierda del socialismo sabe desprenderse de viejas amarras. No sabe pasarse sin ídolos y sin caudillos. Así como el marxismo en general hace pontífice supremo e indiscutible a Marx y más tarde glorifica a Lenin y Stalin, el socialismo español ha estado apegado de pablismo y ahora levanta un altar a nuevos ídolos de circunstancias. Es el cultivo del ídolo, del mito, tan pernicioso para los movimientos libertadores. ¿Qué importa que el dictador se llame Mussolinl, Lenln, Stalin, Hitler, Largo Caballero o «Pasionaria», si el pueblo está igualmente postrado de hinojos? De ese servilismo al «caudillo» al «mesias», que el anarquismo rechaza de manera implícita y expresa, han de saber defenderse las masas trabajadoras que luchan por emancipación, los pueblos que desean sacudir un yugo para no caer en otro. Un movimiento de tipo social fecundo no puede estar ligado únicamente a un hombre como conductor de los demás. Es el pueblo, las masas populares que han de ponerse en marcha por propia cuenta y que por propia cuenta pueden atenderlo todo, sin necesidad de constituir gobiernos provisorios, de atar la vida social a los dictados del hombre providencial.
EL ANARQUISMO, FUERZA DE ARRAIGO POPULAR, NO HA DE SER DESPLAZADO
El anarquismo, en España, no ha de ir a remolque del socialismo autoritario. Cuenta con una fuerza efectiva entre las masas populares, les ha suministrado una concreción realizadora y práctica del ideal, y a la hora en que los demás, desengañados quizá ya definitivamente de los pactos con la pequeña burguesía democrática, se lancen de nuevo al movimiento Insurreccional para conseguir la conquista del poder, que es el rumbo de derrota de la verdadera revolución, no ha de permitir que con un golpe de fuerza se le adelanten y le coloquen en situación de inferioridad y en la imposibilidad material, como en Rusia, de Ir a la más mínima realización del ideal socialista libertarlo, al menos por un período de tiempo incalculable, al que debería poner término, necesariamente, una nueva revolución, con los consiguientes sacrificios, siempre cruentos, de las capas sociales más humildes, más conscientes, más enardecidas y abnegadas.
REPUBLICA Y DEMOCRACIA NO SON SOLUCIONES
Anacrónicas y caducas ya las Monarquías y las Repúblicas ¿son solución?
«Para mí la República es aun opresión y tiranía» ha dicho Pi y Margall. «La República, afirma Federico Engels, significa acentuación progresiva de la lucha de clases directa, clara y sin velos, entre la burguesía y el proletariado hasta la crisis final.» En estas condiciones ¿cómo compaginar la colaboración con los partidos de izquierda gubernamentales si no es a cambio de sacrificar las conquistas del pueblo, sin traicionar su causa, puesto que no es de suponer a la burguesía y a los partidos políticos burgueses de izquierda democrática tan faltos de inteligencia y llenos de sentido de conservación para exponerse, sin la garantía de unas condiciones previas indispensables que les aseguren su predominio y la prolongación del sistema de iniquidad social que defienden, a que se les desplace al menor golpe de audacia de sus aliados socialistas?
El sistema económico tiene un gran poder de captación sobre las masas populares y ni las combinaciones electorales ni los bloques políticos podrán cambiarlo. La vieja verdad de la Primera Internacional queda en pie: donde no hay emancipación económica no puede haber emancipación política. Y las tendencias del movimiento obrero internacionalista y del movimiento proletario español, procurándose fórmulas de convergencia al margen de las campañas y compromisos electorales y del parlamentarismo, a realizar ese Ideal de igualdad económica en un medio político no estatal de igualdad han de encaminarse.
Que la balanza política se incline hacia la izquierda democrática es cosa que a los trabajadores conscientes no debe desagradar ni entusiasmar. Cuanto más rápidamente pudiera pasarse por ciertas experiencias, tanto mejor, porque así sería posible abrir los ojos de muchos que los tienen cerrados voluntariamente y se vería que nada fundamental cambia de los que los trabajadores necesitan derribar para no ser víctimas de una economía de oferta y de demanda en un sistema democrático que, concediéndoles todo tos derechos teóricos, no les permite vivir, siendo la mayoría, como hombres con dignidad, y que puede negarles el pan y el albergue y a lo sumo, cuando se mueren materialmente de miseria, habiendo abundancia de todo, les hace la merced insultante de concederles una limosna de seguro social que legitima la más inicua de los expoliaciones.
VALORACION DEL ANARQUISMO
POR LOS ANARQUISTAS MISMOS
La valoración del anarquismo en esta hora ha de ser obra de los propios anarquistas. Nuestro poder de captación entre las masas populares ha de ser fruto de nuestra limpieza interior. «Vivir otra vida que la que viven todos; ser Interiormente más luminosos, más bellos, y exteriormente también; sabernos comportar con los demás hombres, con las plantas, con los animales, con las creaciones del arte y con las creaciones de la naturaleza, sin necesidad de gobiernos, de leyes y prohibiciones, sólo por nosotros mismos, por nuestra hondísima y fecunda cultura; conquistar la libertad, ser dignos de ella; de tenerla y de vivirla, sin pasarnos una línea, sin oscurecernos con la sombra de un pelo: blancos, absolutamente blancos; limpios como la superficie de un cristal», como dice Antilli, será siempre ejemplo vivo, afirmación práctica del ideal anarquista, que ha de prender y enamorar el alma de las masas populares, que la tienen para quien sabe ponerlas en vibración y tienen tañidos tan sonoros que a veces dominan y traspasan las cimas de los siglos, extasiando a las nuevas generaciones con el eco de armonías tan fecundas como exquisitas y perduraderas. Pero el anarquismo debe desempeñar una actividad social múltiple, decisiva y creadora.
LA SOLUCION LIBERTARIA, AFIRMACION POSITIVA
Más allá del socialismo autoritario, el anarquismo, doctrina tachada de individualista por quienes no han penetrado su profundo contenido social solidarista, tiene sus soluciones. No están pagadas de utopia. La Igualdad económica, fundamental en el socialismo no desnaturalizado, el anarquismo jamás la ha disociado de su finalidad política: supresión del Estado. En un nuevo Estado, aunque se llamare proletario, los anarquistas, bajo ningún concepto podrían participar, y se hallarían en situación de estar supeditados, bien contrariamente a su voluntad, a quienes ejercieran el poder, que jamás serán los anarquistas. Igualdad económica, desaparición del Estado, son dos consignas que los anarquistas hispanos no han de abandonar y que deben propagar por doquier. La demagogia revolucionaria del socialismo marxista-leninista no debe ahogar las consignas que son fundalmente revolucionarias y que deben suscitar la adhesión entusiasta de todos los oprimidos y expoliados.
«La conquista de los derechos políticos (sufragio universal, liberdad de prensa, libertad de asociación y de reuniones públicas, etc.)», conquista sólo posible cuando el nivel de la presión popular, no por la fuerza de los votos, exige más. Respetable en quienes no han perdido fe en esas cosas, no ha de considerarse etapa indispensable la micro-democracia para la consecución de la igualdad económica y de la igualdad política en anarquía.
Es el mismo Lenin el que ha escrito: «Todas las revoluciones anteriores no han hecho más que perfeccionar la máquina gubernamental. cuando es necesario abatirla, destrozarla.»
Ahora es cuando podemos apreciar lo justo de las observaciones de Engels haciendo blanco de sus sarcasmos a ese absurdo aparejamiento de las palabras «Libertad y Estado».
Al anarquismo español le corresponde, pues, si no quiere ver malogrado un esfuerzo de más de medio siglo de propaganda y de acción revolucionaria, impedir que en la alborada de una transformación político-social cuyos destellos no se vislumbran lejanos, las generaciones que viven en tierras de Iberia sean subyugadas por una nueva autoridad y por una nueva explotación, se llame fascista, vaticanista o socialista autoritaria.
No cabe duda que las fuerzas reaccionarias, desde hace tiempo, se preparan activamente. Esas fuerzas representan lo más despótico e inquisitorial que ha sobrevivido a través de la Historia. Son la prolongación de un pasado con el que no ha podido romperse todo contacto y que se resiste por todos los medios a desaparecer. Planta cara a las fuerzas que encarnan un sentido de renovación, las provoca y hace lo imposible para domeñarlas. La reacción, a cada triunfo sengriento sobre lo que llama hidra revolucionaria se siente engreída. No quiere ceder nada voluntariamente. Pretende, lo insensata, recuperar todo lo que ha perdido por lo que ella crce su debilidad. La reacción se envalentona después de haber pasado por momentos de pánico. Pero no es la seguridad de su fuerza, ni la confianza en la justicia de la causa que defiende lo que la hace ser activa: es el propio miedo.
Y es más de temer siempre, por la brutalidad de sus consecuencias más que por el alcance que en un orden inteligente de conquista pueden tener, la preparación del miedo que aquella que nace de la confianza en el valor de las propias fuerzas y de la causa que se defiende.
Las concentraciones de las fuerzas reaccionarias, de manera más o menos espectacular, en un punto determinado, no son las que nos hacen hablar, todo esto lo consideramos algo ficticio. No puede desorientarnos. Esos elardes de flierzas espectaculares no pueden engañarnos. Lo temible es la otra preparación silenciosa, callada, que se hace. La que enrola en una organización netamente reaccionaria a cuantos elementos de combate encuentra y los pertrecha e instruye con más o menos sigilo para dedicarles en el terreno que sea, a aplastar el movimiento revolucionario, que, superando los conceptos clásicos del liberalismo burgués, tiende a la transformación de la sociedad sobre bases de equidad social.
El fascismo, en España, obra cautelosamente, pero sobre un plan de conquista bien visible. Le han preparado el camino las fuerzas políticas de izquierda, con sus torpezas, sus debilidades, su crueldad y la traición manifiesta a todo postulado liberal. Ellas han sido, con una democracia que ha hecho buena el despotismo de la Monarquía, les aliadas fieles de este fascismo representado por todas las fuerzas de la reacción, por el capitalismo y el Estado. La demostración de esta verdad de nada serviría si fuera para lamentarla. Lo acaecido ha podido ser previsto por todos. Ahora, —ya de tiempo, de siempre— nos encontramos frente a una realidad que no puede ser combatida con simples palabras. A la realidad de unos hechos, hay que oponer la realidad de otros hechos. A una voluntad de combate bien cimentada otra superior. Pero no se ha de esperar a que el milagro se produzca por si mismo o sean otros los que lo operen. Aqui no hay más milagro que el que brota de una voluntad revolucionaria activa, colectivamente manifestada como aunamiento de las voluntades individuales de elementos dispuestos a la lucha, y opuestos rotundamente, en todos los frentes donde se puede obrar con eficacia, sin perder el tiempo ni enfriar entusiasmos ni malgastar energías, a las fuerzas contrarias.
No propugnamos por una acción de base jerárquica, con una organización disciplinada similar a la de los elementos fascistas. La acción opuesta al desarrollo de las fuerzas fascistas ha de partir del principio de voluntariedad. La disciplina revolucionaria que no se mantiene del dinamismo que brota de la voluntad Individual de lucha, no conduce a nada. No crea fuerza: la desperdicia.
El movimiento de oposición al fascismo ha de tener hondo arraigo en la conciencia individual, negándola toda colaboración y todo apoyo directo o indirecto, combatiéndolo a todas horas aunque cuando se presente con disfraces demagógicos, y ha de tenerlo también en la entraña del pueblo. Cuanto más vivo y extensivo se haga en las masas populares ese sentimiento de oposición y de aversión al fascismo, más perdida ha de ver éste su causa.
Mas interesa mucho no desviar la acción individual y la acción popular al extender el movimiento de oposición al fascismo. Lo más pernicioso a estas horas es hacer vivir a las masas en la ilusión de que al fascismo se le puede derrotar por medio de la papeleta electoral, cuando sea, que también podría ser que la convocatoria de una elecciones —hay muchos inponderables a la vista— se demorara por allí al tiempo de las calendas griegas. Hacer vivir confiado al pueblo con esa ilusión, sería entregarlo desarmado ante ese enemigo al que no hay calificativo por aplicar, tan monstruoso es, llamado fascismo. Ya dijo Matteotl, una de sus victimas, que no se le batía con palabras. Ni con palabras ni con votos. Sólo la fuerza revolucionaria desencadenada ha de conseguir barrerlo eficazmente. Y él, que tiene la visión clara de ello, se prepara con sigilo y descaradamente y prepara su entronizamiento como dueño absoluto del Poder, de cuantos instrumentos de opresión cuenta el Estado constituido.
El fascismo, allí donde impera, domina por la brutalidad de fas fuerzas armadas. Es el régimen de terror organizado contra todo lo que tiene valor progresivo. El fascismo es la negación de la libertad, de todos los atributos de dignidad vinculados en el hombre.
La posesión de Poder le es Indispensable al fascismo, para desarrollar su plan criminal de opresión hasta sus últimos extremos. No va a su conquista amparándose en las muletas de la democracia. Es audaz en el ataque y, convencido de que no ha de hallar seria resistencia entre los afines que lo tienen en sus menos, por medio de golpes de fuerza más o menos aparatosos y teatrales, va al asalto del Poder.
También una de las peores tácticas revolucionarias para combatir al fascismo es la de organizar las fuerzas proletarias para la conquista del Poder y hacer que ellas obedezcan ciegamente a unas consignas dadas desde arriba. Allí donde el Poder existe, sea cual fuere su nombre, siempre es un instrumento de opresión: y jamás puede serlo de libertad aunque se diga que está en manos del proletario o que se ejerce en su nombre.
Para combatir al fascismo, hay que hacer una campaña activa de desorganización del Poder y de las fuerzas que lo integran. Ni directa ni indirectamente ha de colaborarse con las instituciones que el Poder están vinculadas. El Parlamento es una de ellas.
Para batir al fascismo ha de extenderse la insurrección colectiva y la insurrección individual en todos los frentes. Creer que el frente constituido por la democracia política puede ser dique de contención para el peligro fascista, es soñar. El fascismo prescinde de la democracia, más que por nada, por considerarla innecesaria.
Al fascismo no se le abate presentándolo como un peligro a los ojos de las masas populares. Si éstas, al igual que las individualidades, no saben reaccionar por si mismas, sin esperar órdenes de jefes o de comités, el triunfo del fascismo a plazo más o menos largo, será en España seguro.
Mientras el proletariado español se mantenga en actitud de rebeldía permanente y desde los más distintos puntos presente batalla activa, el fascismo no podrá consolidarse. Esa acción de lucha del proletariado no ha de partir de órdenes cursadas desde arriba en nombre de alianzas, que en vez de fortalecerlo debilitan su impulso. Si no es de la propia iniciativa de las masas populares, en las que están incluidas las individuales conscientes, de donde parte el impulso que ha de mover a la lucha, el fascismo no contará con una oposición seria digna de ser tenida en cuenta y le será fácil barrer cuanto le estorba.
Más que buscar alianzas, para articular la acción de conjunto, hay que contribuir, por todos los medios, a provocar, a despertar esta acción incesante de todas las fuerzas populares con vitalidad revolucionaria. La convergencia ha de nacer de la acción común realizada independientemente por cada sector revolucionario para combatir y abatir al fascismo. Las otras Inteligencias previas con tal fin, de poco pueden servir. Si un deseo de alianza existe, se realiza sin muchos preámbulos; pero es nulo, aun cuando se concierte. cuando hay divergencia manifiesta en la táctica a seguir, en la acción a realizar, mayormente cuando la discrepancia parte de distinta concepción doctrinal.
La lucha contra el fascismo, no admite la espera que supone el concertar esta o aquella alianza. Si no es viva y activa, sin alianza; si no la sostiene cada hombre con dignidad, cada individualidad por cuenta propia, todo trabajador por sí mismo, es como si no existiera. Lo colectivo es reflejo fiel de lo individual, como lo complejo es la resultante de lo simple. Donde la acción de las individualidades no se manifiesta, no hay lucha ni presión colectiva.
No se sostiene ésta por medio de la palabra, de la frase del mitin o de artículos incendiarios en la prensa. Ha de ser algo vivo y personal en los hombres sinceramente antifascistas por cuenta propia. Es contra esa muralla de consciencias Individuales despiertas que lo repudian absolutamente y que contra él manifiestan. sin más consigna que la que nace del imperativo de su propia dignidad, su repulsión y su hostilidad activa, que el fascismo ha de estrellarse.
Si ahora la libertad de comunicación pública, del pensamiento de unos hombres con otros, ya sea por medio de la prensa, ya de la tribuna, está condicionada, puede haber un momento en que se suprime del todo, o al menos sea esta la pretensión del equipo gobernante, cómplice o instrumento directo del fascismo. Y si las fuerzas revolucionarias para combatir el fascismo, necesitan de aquellas palabras y de aquellos estímulos públicos, y no sintieran por si mismas el imperativo nacido y afirmado con la intima consciencia de cada uno de sus componentes, de combatir al mayor enemigo de la libertad, ¿a dónde se iría a parar?
Nosotros creemos que hay en España difusa una fuerza popular de oposición al fascismo que ha de imposibilitar la entronización definitiva de éste. Si esa fuerza, que no la integra un solo sector y que tampoco es indispensable que se concierte en una alianza de papel mojado, quiere, el fascismo, pese a toda su preparación espectacular y sigilosa, no prosperará.
Pero querer es algo que tiene sentido activo; querer es hacer. Y hacer algo, que tenga valor superior a las palabras, es a <o que estamos obligados moralmente, sin esperar que otras u otros se nos adelanten a cuantas fuerzas y cuantas individualidades seamos y nos llamemos antifascistas.
Los movimientos activos de lucha tienen su máxima expresión de valor cuando son obra espontánea, algo que vive y se manifiesta por sí mismo, porque hay muchos que sienten, creen y prác-tican lo que dé impulso a aquellos. La preparación de las fuerzas de combate es indispensable, pero cada fuerza ha de saber pertrer-charse por sí misma, y en el terreno de la acción, siempre que ésta tenga por finalidad combatir directamente al lascismo, mostrarse solidaria con los demás. Es de esta manera como puede hacerse obra positiva y es ella también la mejor de cerrar el paso al mutuo engaño. De querer, el proletariado revolucionario consciente, las fuerzas sinceramente antifascista, el avance del fascismo puede ser paralizado, como podrían ser desorganizadas en absoluto todas sus manifestaciones espectaculares, esos alardes de fuerza que tienden a la sugestión colectiva.
Mas no hay que vivir demasiado en la confianza de nuestras propias fuerzas frente al enemigo que se mueve y que sabemos que carece de escrúpulos para asegurar su triunfo.
Una fuerza que no se manifieste, carece de valor. Y cuando esa fuerza existe, hay que demostrarlo.
LAS REALIDADES INMEDIATAS Y EL FIN EMANCIPADOR
Todo io que no sea una transformación del medio social no puede proporcionar a los trabajadores seguridad ni garantía alguna de libertad y de bienestar.
Las masas obreras organizadas podrán llevar a cabo grandes movimientos relvlndicadores; podrán poner en conmoción a todo el mundo capitalista, pero si sus luchas y su acción no se orientan hacia la consecución de una finalidad emancipadora, verán como todo su esfuerzo es inútil, como ninguna mejora conseguida es durable y tendrán el sentimiento de ver cómo pierden todo lo conquistado sin haber conseguido modificar en nada la estructura social del sistema que sostiene la desigualdad entre los hombres.
Los trabajadores organizados han de ser exigentes al poner a contribución sus esfuerzos y no deben entretenerse mucho en obtener unas migajas en el orden de reivindicaciones. La base firme de la acción ha de ser otra. Es a las causas del mal, a las raíces donde han de dirigirse los golpes, con el pensamiento lúcido de que hay una grandeza destructora, que es la que nace también de la plenitud intensa y consciente de que llevamos en nosotros un nuevo mundo por crear, que para ser levantado y consolidado tiene necesidad de no dejar en pie ni piedra donde pudieran hallar apoyo la Injusticia y la barbarle.
Por difícil, por espinosa, por ardua y dura que sea la obra que supone la transformación social, debe ser acometida sin demora por la clase trabajadora, si de verdad desea emanciparse. En esta obra ha de mostrarse inflexible. Ninguna ventaja o mejora Inmediata ha de darla por satisfecha. El más allá, hasta la consecución efectiva de la sociedad manumitida y emancipada, debe ser su orientación fija, el norte, el guía de su esfuerzo.
Toda victoria que no consiga destruir al capitalismo y at Estado, desorganizar por completo todos sus resortes, reducir a añicos su influencia y su poder, será una victoria efímera, que necesaria y urgentemente reclamará de los trabajadores nuevos y briosos, Incesantes esfuerzos par ser ampliada; y no podrá haber seguridad si no cambia el orden de cosas, si todo aquello en que la esclavitud y la explotación hallan protección y valimiento no desaparece.
No hay motivo ni razón alguna para que la actual sociedad de Injusticia perdure. Al hundirse, los trabajadores no podrán experl-mentar ningún sentimiento de pesar; muy al contrario, lo experimentarán de alivio.
La sociedad actual capitalista estatal no puede merecer de los trabajadores ni de los hombres justos juicio alguno favorable. Se ha hecho repulsiva y detestable en todos y por todos conceptos. Ha reducido al hombre a la más triste y miserable de las condiciones. Ha rebajado el nivel de la dignidad humana a tal extremo que se cotiza más una mercancía cualquiera, un objeto de lujo, que una vida humana. Ha hecho víctima a la mayoría de la humanidad de la explotación más despiadada. No puede hablar en nombre de principio elevado alguno, de un Ideal superior o de una ética porque todo lo más excelso y sublime lo ha hollado y lo ha arrastrado de la manera más monstruosa por el fango, insensible, fria, inmisericorde. Y es que la sociedad actual, que cuenta con policías, jueces, fiscales, gendarmes, etc., a miles, carece de corazón.
¿Qué interés han de tener los trabajadores en conservarla si ella los rechaza despiadada y sólo les acepta para exprimirles el jugo, mientras mima y acuna a todos los poderosos y afortunados, a los que por su situación social gozan de privilegios y esgrimen, despóticos, el látigo? Los trabajadores no pueden tener por finalidad conservar el orden social actual, vivir en armonía con la burguesía, con el patronato, con los gobiernos y con la burocracia estatal que con estos últimos hace causa común. Los trabajadores no pueden sacrificarse en aras del «interés general», esa falacia inventada por los teóricos del capitalismo para que sobrelleven resignados la carga de sostener el mundo sobre sus hombros, reventando y sin chistar.
Los trabajadores no deben formarse una mentalidad conformista. Todo paso hacia adelante es un progreso, y ya que se sabe que el progreso no sigue siempre el trazado de línea recta, sino que tiene sus sinuosidades. Mas, quien aspira a una transformación social, no debe ir a la deriva. Lo inmediato no ha de cegarnos de tal manera que nos haga perder de vista el objetivo esencial. En la marcha progresiva no hay etapa final: es un esfuerzo continuado cuyas posibilidades, consideradas como promesa de bienes humanos, son ilimitadas, son infinitas. Sin embargo, el Ideal, aun cuando no se realiza nunca completamente, es fuente de realidades renovadas o del contrario no pasarla de ser una entelequla estéril.
Interesa que los trabajadores en su acción progresiva no desdeñen ni se desinteresen de la realidad cotidiana ni de los problemas que plantea, mas conviene tener la mente despejada para no dejarse absorber en la maraña de esos problemas, encerrándose en un círculo de acción vicioso.
La idea de la evolución gradual, de las soluciones provisorias no debe tentar demasiado al proletariado organizado. Disciplinar la acción en tal sentido ha de tener una repercusión negativa. Situarse en un plano evolucionista por oposición al concepto revolucionario es negar la misma evolución. La libertad, que necesita y debe plasmarse en la vida cotidiana, necesita del esfuerzo heroico, de la acción subversiva de los que. amándola para vivirla, individual y soclalmente, precisan realizarla.
Creer que la acción progresiva de los trabajadores en marcha hacia una sociedad nueva puede desarrollarse por una pendiente de suavidades, puede maniobrar impunemente, sin persecución, sin represión, sin ser combatida y obstaculizada brutal y violentamente, es desconocer la Historia.
Los trabajadores conscientes, sin menospreciar la colaboración y cooperación de ningún sector o valor Individual en la obra común de progreso, han de mantener, a través de un esfuerzo continuado, intacta su finalidad ideal de transformar la sociedad radicalmente. Comprometer esta finalidad por la ilusión de lo inmediato, que es lo que pasa, lo que se avieja, lo que défrauda las esperanzas humanas, porque no da margen a la plenitud de las realizaciones cuando quedan en pie las instituciones reaccionarias y antipopulares, es deformar voluntariamente la acción, abdicar de las conquistas efectivas.
Al fijar como aspiración inmediata la transformación de la sociedad, los trabajadores no han de convertir esa finalidad en algo mítico. Pensar que la acción transformadora debe remitirse a mañana y que la sociedad cambiará en un día dado como por obra de encantamiento, sería suicidio. La acción de los trabajadores ha de manifestarse, aun en el terreno revolucionario, como fuerza creadora que, al mismo tiempo que batalla por el progreso con miras a la realización cotidiana de su finalidad, lo afirma en conquistas efectivas, con intransigencia frente a lo que podrían considerarse como concesiones al mundo viejo, a la sociedad capitalista estatal.
La acción de los trabajadores no debe ser ciega. Ha de estar clarificada por un ideal. Ha de haber una luz interior que ilumine e! camino, que vendaval alguno pueda apagar.
En la senda del progreso no se avanza más allá de lo que están preparados moral y mentalmente la mayoría de los hombres do la época. Las audacias de las minorías hallan siempre el lastre del atraso de las mayorias que impide sacar a veces todo en rendimiento de las situaciones favorables ante el enemigo. La revolución inmediata supone elaboración, la preexistencia, la presenc a de una conciencia revolucionaria o aborta y traiciona las posibilidades de la propia Revolución, degenerando en simple motin lo que podría tener una eclosión de realidades magníficas.
Al luchar de Inmediato por la sociedad de mañana no se ha de mantener en las masas la ilusión de que con la colaboración pasiva de una mayoría aplastante se llegará a la meta esencial. Obra de transformación, obra positivamente revolucionaria, es hacer la luz en el alma de las muchedumbres, revolucionar los espíritus para que. por encima de las deformaciones de la realidad presente, de las concesiones forzadas e inevitables, puedan mantener intactos sin destruir su cohesión, su Ideal emancipador y su voluntad realizadora.
Toda la preparación espiritual conducente a la acción, toda educación de las masas que despierte actividades reales, es crear porvenir, es abrirse paso hacia la sociedad de mañana. La moral rebelde ha de forjarse en un sentido permanente de lucha, con claridad de objetivos. Sólo así, desde ahora, podrá combatir y negar el pasado.
Los trabajadores, el pueblo, para vencer, necesitan rechazar la colaboración con todo lo que supone privilegio, injusticia, negación de la libertad. Al enemigo hay que arrollarlo día tras día en conquistas efectivas de realizaciones hacia la sociedad de mañana, para vencerlo al final de un solo y rudo golpe.
Los trabajadores conscientes no pueden depositar su confianza en los que por la senda del progreso sólo prestan una colaboración circunstancial y fluctuante. Los trabajadores han de atenerse a la realidad de lo que son, valen y pueden por sí mismos como fuerza progresiva y transformadora, y han de saberse encontrar a sí mismos para afirmar en sí la confianza y no verse reducidos a la Impotencia cuando otras fuerzas llamadas progresivas fallan y se humillan ante el pasado.
Es necesario llamar a todos a la obra transformadora. Pero la masa más imponente resulta inofensiva si no arde en ella una llama interior, si no siente inflamada de ardor combativo por la realización de claros objetivos.
No debe desdeñarse lo ideal, lo que pertenece a un porvenir más o menos inmediato. Inclinarse demasiado a las exigencias de la realidad sin saber transformarla no podrá considerarse nunca obra verdaderamente revolucionaria. Las aspiraciones supremas no deben quedar relegadas a segundo término. Si la humanidad tuviera que esperar mucho tiempo para realizarlas, se sentiría cada día más asediada por las realidades adversas y también se vería en el trance de hacer un esfuerzo supremo o de desaparecer, que desaparecer es vivir con el alma muerta en un mundo de tiranía, de iniquidad y de abyección.
OPORTUNISMO POLITICO Y ACCION REVOLUCIONARIA
Vieja cosa es la táctica del oportunismo politlco en el Movimiento Obrero. Jamás la ha impuesto una reacción vigorosa de las masas trabajadoras. Es la confesión tácita de su debilidad. Lejos de demostrar la aplicación de un principio inteligente en la lucha, evidencia incapacidad revolucionarla.
Toda acción sin doctrina, sin motivo, sin objeto, sin finalidad, no puede ser fecunda. Señalado un fin, un objetivo, una Idea directriz, motora, no todos los caminos conducen a Roma. La acción debe marchar acorde con la doctrina, con la finalidad, o queda totalmente disvlrtuado su sentido. El camino de la libertad sólo puede ser iluminado por actos de libertad.
En la afirmación de principios, cuando éstos no están aferrados a dogmatismo alguno, no hay absolutismo doctrinarlo. Expresa aquélla entereza y la firmeza de las convicciones, y también, sí, la Intransigencia para no ceder, a través de sucesivas adaptaciones, lo que es consubstancial con la idealidad renovadora, ya que el fin no debe ser abdicar ante el enemigo, sino atraerlo en lo posible a nuestra propia causa o anularle.
La acción revolucionaría de los trabajadores, en los diversos períodos históricos, ha demostrado como, al confiar a unos intermediarios la aplicación de soluciones a la cuestión social, desviando la presión de aquella acción, todas las conquistas efectivas quedan esfumadas.
Los expertos y entendidos en definiciones académicas de derecho hallan siempre el medio de conciliar los más antitéticos principios en provecho de las clases dominantes, y si el proletariado no posee conciencia ni criterio para saber distinguir y ver claro a través de mil sutiles vaguedades, en cada ocasión resultará burlado.
Andan sueltos por ahí unos señores —algunos, ex-proletarios, aunque todavía no pueden vestir de frac ni codearse con ios
sangre azul apergaminados (¡ hay categorías en el mundol)— que se especializan en la propaganda de curanderismo social y nos vienen marcando con su incesante vocerío pregonero de las excelencias de sus drogas maravillosas.
Blasonan y presumen esos señores de doctos y casi se atreven a llamar inbóciles a los que desdeñan sus pócimas. Pero ¿en qué han acreditado su capacidad? ¿En la camaleonístlca o arte de cambiar de color y de idea sin rubor alguno? ¿En la ciencia can-grejil de marchar hacia atrás? En otras cosas, apurados se verían para probar sus dotes de inteligencia, y aun cuando alguna se poseyera, poco valdría si el corazón estaba, como está, hueco, huérfano de toda idealidad y sentimiento sinceros.
Se predica la necesidad de la acción política, mejor dicho, de la intervención en las farsas electoreras del colaboracionismo político, ante las dificultades que supone la lucha directa, soslayando el espíritu revolucionario. Se nos habla de las excelencias del sufragio universal, cuando se sabe de qué manera práctica ciertas gentes dentro del sistema capitalista son duchas en el arte de confeccionar mayorías. El fruto de la «voluntad popular» ¡cómo saben utilizarlo y manejarlo prácticamente los más acérrimos enemigos del pueblol
Las ideas tienen su virtualidad en el contenido esencial de sus afirmaciones prácticas. Creer que el sufragio universal puede ser Instrumento de emancipación, cuando tiene por principio la ley y en el orden práctico la obediencia a la misma, es creer en algo absurdo. La ley se antepone siempre a la libertad. Los que por el sufragio universal pasan a ocupar los cargos de gobierno, le dan, en su interpretación práctica, siempre un sentido mecánico de disciplina. Para la acción revolucionaria no hay fuerza más desmoralizadora y corrosiva que la aceptación voluntaria de la ley y de la táctica de evolución pac.'fica en una legalidad democrática.
Los grandes movimientos emancipadores están en pugna abierta con las leyes de cada época. Afirman con actos de violencia colectiva, que son otros tantos jalones de derecho incorporado a la conquista de la civilización, lo que en lustros de discusiones académicas ni siquiera es tomado en consideración. Y es que, ante la realidad de los hechos consumados, los imposibles teóricos, ridiculizados por algunos pedantescamente, se imponen como manifestaciones vivas.
Los defensores de la superchería de la necesidad y eficacia de la acción electorera confiesan estar convencidos de que 'a lucha a brazo partido con el Estado moderno es imposible. ¡Como se ve, es esa una confesión de optimismo, de energía creadora!
Si la lucha a brazo partido con el Estado moderno es imposible y tienen que buscarse caminos tortuosos para que el Estado trate con vaselina a los que para emanciparse, para realizar un ideal de libertad humana y plasmarlo en realidad social necesitan destruirlo, ya se puede abrir largo crédito a la esperanza y cruzarse de brazos resignado, que la emancipación habrá que remitirla por allá al tiempo de las calendas griegas.
La conquista pacífica del Estado por medio del sufragio es algo que esta falto de sentido. A lo que no se puede vencer en lucha a brazo partido, mucho menos se le podrá reducir en lucha platónica.
Los hombres libres, la masas trabajadoras conscientes deben prestar oidos sordos a los propagadores del curanderismo social.
Las transformaciones sociales no vienen de arriba. Es el pueblo que las Impone con su voluntad soberana cuando, sin consentimiento ni consejo de las alturas, las adopta desde abajo.
Ha de abrirse paso, de vencer la reacción manteniendo vivo en espíritu revolucionario.
Frente a la reacción armada, los votos y las invocaciones patéticas al derecho de nada sirven. La insensibilidad es la característica de la clase dominante, que no repara en medios para sofocar la rebelión cuando ésta prende en las masas con una orientación netamente social.
Las armas de lucha con que cuenta el proletariado para hacerse respetar y para triunfar no deben ser arrinconadas. Nada resistiría a la voluntad de los trabajadores, si éstos, desde sus organizaciones de clase, supieran hacerla valer de una manera unánime y enérgica.
El Estado moderno podrá contar con todos los medios de represión social. Los trabajadores cuentan con un arma más poderosa que todas las fuerzas de aviación, que las ametralladoras, que todos los instrumentos ofensivos puestos al servicio incondicional de los intereses capitalistas: la solidaridad. Conscientes de la finalidad de transformación social a perseguir, y estrechamente solidarios en sus luchas, aun a través de ciertas discrepancias inevitables y hasta en cierto modo convenientes, el Estado moderno mejor organizado no resiste al ataque generalizado de los que desean Instaurar un nuevo orden social.
Los propagadores del curanderismo social, del oportunismo político, no pueden decir que haya fracasado la acción revolucionaria de los trabajadores. ¡Si hasta los partidarios de la legalidad, cuando consideran el Poder faccioso, la miman y en ella querrían escudarse para restablecer lo que llaman Imperio del orden I
Si los trabajadores supieran de qué manera los que disponen del poder público tiemblan ante su acción decidida y enardecida, aun cuando extreman las medidas de defensa con objeto de restablecer la paz varsoviana, a bien seguro cobrarían mayor confianza en si mismos y sentirían más grave desprecio para cuantos les hablan de componendas.
No es ninguna demencia la ¡dea de Revolución. Si los trabajadores saben estrechar sus manos y fundir sus corazones en un solo sentimiento, no hay poder que pueda vencerlos y, con la seguridad de triunfar, pueden acometer las más audaces empresas. La política ha de dividirles siempre.
El Poder cierra sistemáticamente todo camino de emancipación. El, desacredita con su ejercicio a los que un día se llamaron revolucionarios. A él va ligado siempre implícitamente el uso de la fuerza, jamás a favor del pueblo oprimido y vejado.
No debe despreciarse la democracia para ensalzar a la autocracia, al pretorianismo o absolutismo fascistas. Pero aun dentro de la democracia, si ésta es capaz de ser salvada por una fuerza de opinión liberal retardataria en materia social, la táctica de acción revolucionario no debe ser abandonada ni substituida por la oportunista del intervencionismo político.
Hay que empujar incesantemente hacia adelante. El horizonte social de un pueblo puede variar cuando se manifieste en él, enérgica, voluntariosa, indomable, una voluntad transformadora que nada espera del poder público ni de los partidos políticos.
FALSAS POSICIONES DEL PROLETARIADO EN LA LUCHA SOCIAL
Con la mirada atenta a las palpitaciones del actual momento político-social podemos observar la pugna sorda que en medio de las convulsiones de un mundo de intereses contradictorios y con una finalidad moral distinta sostienen las fuerzas sociales, privilegiadas o desheredadas, en que se polariza la energía de cada clase en su afán de señalar a la sociedad humana un rumbo y una orientación de acuerdo con las concepciones particulares en que se inspiran dichas fuerzas. Es la conciencia del mundo viejo y del mundo nuevo, en sus múltiples manifestaciones de matices, que libran batalla, con alternativas propicias para unos y para otros, pero sin que nadie pueda precisar cuál ha de ser el factor decisivo de la victoria.
La posición de las fuerzas obreras más o menos conscientes, dadas las condiciones en que se desarrollan las luchas de nuestros días, exige una mayor claridad de objetivos y al robustecimiento de la línea ideal trazada, sin desconocer la gravedad del momento ni las dificultades de la realidad, para la valoración de la propia acción.
Los que dudan de la posibilidad de realización de sus ideales y, en vez de aceptar la lucha teniendo conciencia exacta de las cosas y sin sentir enturbuiado su entusiasmo, aconsejan las rutas cautelosas, dan largas a la solución radical de los problemas planteados, se inclinan a desviar la atención de lo fundamental para atender a la realidad Inmediata, nunca Igual, siempre cambiante, y por las incidencias de la cual jamás debe perderse la brújula de orientación ideal que señala el norte de nuestra actividad y ha de infundir vigor al impulso decidido en la marcha hacia adelante. Las actitudes conformistas ejercen una influencia desastrosa en el alma de las multitudes y las maniatan, predisponiéndolas al estancamiento estéril cuando no a la aceptación resignada de los pasos atrás. Esto produce necesariamente un nefasto efecto psicológico, con hondo descenso de la presión social y transformadora motivada por una conciencia activa y dinámica de lucha que no conoce el freno de compromisos «tácitos» circunstanciales y oportunistas, sino el deseo ardiente de llegar al objetivo finalista, con el convencimiento de que cuanto mayor sea el coraje, el entusiasmo y la preparación sobre la marcha, s:n concesiones ni «benevolencias» del enemigo, que son astucias de lobo, menor será la contribución Inevitable de sacrificio cruento.
Examinando fría y serenamente el panorama del mundo que trabaja, no se puede negar que en gran parte de los trabajadores, los menos preparados espiritualmente, existe una predisposición mental que hace concesión a los viejos perjuicios autoritarios. No se convierte ella, confiando en sí misma, en centro dinámico propulsor de la transformación social. Delega y transfiere esa función a los intermediarios (aunque los considere sus representantes directos) que ocupan el poder; y desde arriba, con la intervención de éstos en las instituciones sociales, respetando el sistema burgués y el Estado, sin modificar su esencia, se figura poder introducir tan importantes modificaciones que cambian la naturaleza de los mismos. A esta mentalidad han servido no pocos teorizantes del reformismo obrero, que ya desde la primera época de la Internacional empezaron a desviar el movimiento revolucionario, sin cuya desviación, en un período histórico en que ni el capitalismo ni el Estado habían adquirido el grado de desarrollo gigantesco de nuestros días ni contaban con el enorme reserva de recursos de toda naturaleza, ofensivos y defensivos, con que hoy cuentan, el rumbo del mundo podía haber sido determinado más fácilmente por la voluntad de un proletariado revolucionario, que, con el ánimo virgen de desengaños, habla cifrado su esperanza en una sociedad mejor, posible y asequible.
El hecho de que existe esa gran parte de trabajadores que aun cree en el mito de la redención desde arriba y que se ha asimilado el prejuicio burgués de que la transformación social ha de operarse por etapas progresivas, sin romper el ritmo de una evolución pacifica, con el consiguiente acomodamiento a las circunstancias de cada hora y con un espíritu paciente que supere a la resignación del Job bíblico, no puede ser razón para escamotear al propio ideal, con lo que se confundiría y engañaría al pueblo.
El socialismo de Estado y el socialismo libertario son dos cosas que no pueden confundirse prácticamente con la democracia burguesa. Y si ésta está interesada en conservar ciertas conquistas del liberalismo, comunes a todos los hombres y legado de las luchas y de los esfuerzos de las generaciones pasadas, no puede exigir una subordinación humillante de las fuerzas socialistas a sus principios ni a las Instituciones que le son caras, puesto que al peligrar dichas conquistas por la presión de los sectores más destacados del bloque fascistizante, también peligra su vida, si no hace causa común con dichos sectores, que la hará en el momento decisivo, como nos lo enseñan con abundancia de ejemplos las experiencias históricas. Lo afín atrae a lo afín. La democracia burguesa, surgida del capitalismo, desdoblamiento liberalistoide, se le reincorpora y forma un todo homogéneo en las horas críticas en que la vida del sistema queda seriamente amenazada por el avance popular que aspira a su radical transformación. Es esa una facilidad que la mejor buena disposición de los más conspicuos representantes de la democracia burguesa y del liberalismo político no podría eludir.
El proceso de transformación social no puede ser un reflejo de torneos retóricos. Han de resolverse los problemas no de cara a los intereses del republicanismo burgués, sino de cara a las amplias realizaciones socialistas y libertarias, sin mixtificación, arrancando por medio de la presión violenta legítima e inevitable, puesto que las clases dominantes no harán jamás concesión voluntaria de sus privilegios de cuanto el pueblo necesite para vivir con bienestar y con dignidad.
La concesión que una parte del socialismo español va a hacer en esta hora a la democracia burguesa, separándose de la línea recta que marcaba la trayectoria de Octubre y que entroncaba con el cauce puro de la tradición revolucionaria creadora, nos parece un gran error. El socialismo no debe ser una caricatura de socialismo; reformismo obrero. El socialismo se debe fidelidad a sí mismo y no puede renunciar a la transformación social por vía revolucionaria. Buscar que al calor de la democracia el capitalismo, que no abdica de su papel predominante, le ceda voluntariamente paso franco, es soñar. Hay entre el capitalismo, a través del antagonismo de intereses encontrados, una solidaridad perfecta cuando se trata de conservar la existencia del sistema común al que todos esos intereses están vinculados.
El proletariado ha de establecer una línea de diferenciación bien marcada en su acción emancipadora con relación a todas aquellas fuerzas que sirven más o menos de puntal a un sistema que es necesario destruir hasta sus mismas raíces.
Hacer del problema social una simple cuestión de reformas políticas, con la declaración platónica de que no se renuncia a! objetivo final, mientras desvía la acción de tal objetivo, es negar a! propio socialismo.
La lucha contra la dominación y explotación de la clase directora, según una resolución socialista presentada al Congreso Socialista Internacional, celebrado en 1893, «debe ser política y tener por objetivo la conquista del poder político». A esa fórmula negativa del socialismo, que es antecedente histórico en el movimiento desviador de la acción del proletariado revolucionario, cabría objetar si toda lucha, para ser política, habría de polarizar forzosamente en la intervención parlamentaria y si la dominación y explotación de la clase directora no podría desaparecer juntamente con la supresión del poder político. Toda la historia del movimiento obrero nos demuestra cómo el reformismo ha jugado al equivoco con los términos política y parlamentarismo.
La tradición clásicamente reformista, a partir de Octubre 1934. parecía iba a rebasarla el Partido Socialista Obrero Español, con el impulso de la juventudes y las tendencias más o menos jacobinas y bolchevlzantes de Largo Caballero, vagas e inconcretas, y al que no hay que conceder crédito excesivo, pues aun recordamos una de sus frases lapidarias: «el político dice lo que le conviene»; aunque al orientarse así, volvía por los fueros del marxismo ortodoxo, que prácticamente hace un fin de la conquista del Estado, convirtiéndolo en institución idónea a la dictadura del proletariado. (La concepción marxista establece diferencia entre el Estado burgués y el proletariado, expresando que la finalidad del primero es máquina aplastadora del proletariado a favor de la clase dominante; pero, prácticamente, la dictadura del proletariado y el Estado proletario, no cambian la esencia del Estado y resultan Igualmente máquina en contra del mismo proletariado.) Sin embargo, el socialismo español, según puede deducirse de más recientes manifestaciones, da la espalda a Octubre; no rectifica la línea de reformismo tradicional y tiende la mano a la democracia burguesa.
con la que establece lazos de solidaridad que, aunque condicionada, han de ser motivo de discrepancia fundamental con otras fuerzas sociales de avanzada que han podido demostrar el valor de la táctica revolucionaria, en contraste con la reformista. Fuerzas que, aun cuando J. J. Morato crea lo contrario, se habrían Igualmente manifestado, como han hecho, con gran raigambre entre el proletariado hispano, por enraizar tanto en el temperamento español como por haber visto claro ya desde buen principio que la cuestión social no es simplemente una cuestión política, lo mismo si en vez de venir Fanelli a España en 1868 hubiese venido Pablo Lafargue, apegado a Marx.
Un «programa de leyes gubernativas y sociales», no puede ser muy buena sugestión para que el proletariado hispano pueda coincidir en la marcha hacia un objetivo circunstancial común. El «compromiso» que el socialismo pide a los partidos democráticos y de Izquierda política, éstos, que no van más allá del liberalismo burgués, saben que no pueden cumplirlo lealmente. El escamoteo ha de venir forzosamente. Y ¿cuál será entonces la posición del Partido Socialista Obrero Español? Como Marx y Engels. en 1871 ¿so dirigirán a los proletarios insurreccionados, ansiosos de realizar lo que necesitan, gritándoles: «No fomentéis agitaciones en provincias», «hasta entonces, dejad obrar a los republicanos y no os comprometáis en nada», todo en aras de un «compromiso» que viene a remozar y a prolongar la vida de un régimen que el proletariado necesita derrocar para emanciparse?
Conviene que la parte más consciente del proletariado español de tendencia libertarla y revolucionaria multiplique sus actividades en todos los órdenes y esté atenta a ese maniobrar de táctica equívoca de un gran sector obrero que, perdiendo la recta inspiración socialista, resta unanimidad a la acción revolucionaría del movimiento obrero hispano y aleja las posibilidades de que éste pueda triunfar sin pasar por etapas que ya debían haber sido superadas si de manera tan porfiada no se volviera sobre los mismos errores cometidos.
EL PUEBLO HA DE CONFIAR EN SI MISMO
Bajo el signo del momento político actual se observa entre los diversos sectores sociales de la más opuesta tendencia, cierta preocupación. Lo que es artificioso en la vida de los pueblos y oculta la naturaleza de las verdaderas pugnas de las fuerzas de libertad frente al despotismo, adquiere prestancia de valor auténtico.
La propaganda política recurre a tópicos efectistas y parte de la opinión, aun en las zonas refractarias a las sugerencias de la política, se veó influida. La serenidad para enjuiciar las posibilidades de la hora se debilita y, poco a poco, se crea una tensión artificial que, influyendo en el ánimo colectivo, hace perder a los menos preparados espirítualmente la seguridad de sí mismo y pone en descubierto el flaqueo de las propias convicciones.
En este estado psicológico, las posiciones individuales pierden firmeza y se inicia como una ola de pánico colectivo, que cada vez se perfila mejor y que parece buscar, angustiada y patética, en la suma de las debilidades más complejas la más Inconcreta de las fuerzas.
Todo son interrogantes para la actitud ajena, y la propia se esconde, se muestra escurridiza, como si se avergonzara de manifestarse virilmente tal cual es. Y ¿cómo puede Inspirarse confianza en los demás si en cada uno la misma confianza se muestra huidiza?
El peligro real lo agranda y desfigura la imaginación, y ello es aprovechado para formar corrientes favorables a fines determinados. ¿Es que realmente no existe ese peligro, que la hora presente no es una de las más difíciles? Existe, pero no es difícil el momento en razón de muchas de las causas que se señalan. Las conquistas de los pueblos, cuando toman estado de conciencia colectiva y hacen vibrar su alma, no se esfuman así como así.
Y a través de todas esas manifestaciones, que son invocación a fórmulas mágicas que releven del esfuerzo directo ineludible e imprescindible, hay una desconfianza absoluta en el pueblo; porque son pocos los que le hablan el lenguaje de la sinceridad y que ajustan las acciones a sus prédicas, cosa que no Ignoran y que les hace temer un repudio aun cuando, pretendiendo reivindicarse, se presentan en plan de rectificación de pasados yerros.
De esta manera se envenena la opinión popular y se Infiltra en el pueblo el principio moral más corrosivo y derrotista. Si todo depende de ese maná maravilloso; s¡, al no obtenerlo, todo va a hundirse; si ante la furia del fin apocalíptico que se da por descontado de antemano no queda otro remedio que agachar la cabeza como el avestruz ¿puede decirse qué fuerza humana se verá en condiciones de hacer frente a esa catástrofe? Y a quienes de tal guisa proceden ¿les parece que así se educa al pueblo y se !e encamina por la senda de la libertad?
Es necesario prever ciertas derrotas y enseñar al pueblo a no creer en valores ficticios. Si hay programa para el camino llano, no ha de faltar otro de acción decidida para las zonas abruptas. Pero el riesgo se rehuye ya por anticipado, dando por agotadas todas las posibilidades de lucha después de un torneo que no representa más que un cepo para que el pueblo mismo se ate de manos.
Destruir el mito de lo indispensable de ciertas condiciones previas ficticias para emprender la marcha adelante, es hacer obra de verdadera liberación. No se concibe la libertad con cadenas, sean de hierro o de oro. Y las libertades se abren camino, crecen, se hacen respetar cuando se afirman con energía y no con el conjugar pasivo de un simple juego de azar, cuya inmoralidad, dadas las condiciones en que en toda ocasión se produce, habría de bastar para que toda conciencia recta lo repudiara sin contemplación alguna.
¿Desde cuando porque el enemigo dispone de fuerza y de recursos de todas clases se tendría que renunciar a la lucha? ¿Realmente la rebelión del individuo, de la colectividad contra el Estado, contra el Poder, no es posible y no hay otra salida que aceptarla en el terreno de una legalidad leonina? Si se aceptara tal principio como norma general de conducta, habría que renunciar a toda idea de progreso. La supresión de los poderes políticos, del principio de autoridad, aunque sea conquista de la conciencia humana elevada a un plano superior, sin lo cual no desaparecerá del todo, tendrá que ser siempre por medio de una acción violenta, y no es posible hacernos ilusiones al respecto puesto que todo Poder, el que sea, tiende a fortificarse a si mismo pasando por encima de toda otra consideración, egoistica y ferozmente.
Los períodos de reacción en la historia no son únicos ni definitivos, como no son perennes los oasis de relativa libertad.
El mundo, en general, y cada país o pueblo en particular en momentos dados, y más de unos años a este parte, podrá aparecer como si estuviera al un pie del abismo, pero la sensación de peligro no hay que exteriorizarla con gritos estridentes a los cuatro vientos por fenómenos reflejos que no alteran para nada la posición del mundo ni los términos de los problemas que a los hombres plantea la propia necesidad de salvación.
La libertad podrá caer aplastada en la lucha, mas se levantará de nuevo si palpita virilmente en el alma del pueblo. Cierto que el pueblo es de condición tan sufrida y resignada que a veces, poseído de esos terrores que nacen de la falta de confianza en si mismo, soporta lo que por dignidad no habría de tolerar; pero su impotencia es aparente, y ese mismo pueblo, resignado en momentos dados, en otros es capaz de desencadenar todas las fuerzas de la Revolución, sin que Poder alguno pueda servir de dique para contenerlas.
A la reacción no se le combate con un único medio. Cada sector utiliza el que cree más apropiado. Y su eficacia puede apreciarse con los resultados a la vista. Pero es necesario aventar ese prejuicio de que la reacción deja de realizar sus designios porque no se considera asistida de la fuerza moral y material que para imponerse da el Poder. La reacción no ha ido ni va más allá porque la presión popular, que actúa como fuerza antagonista, es lo suficiente potente para hacerse respetar. Y es que quien dispone del Poder, si no dispone del pueblo, no tiene ganada ni la mitad de la partida.
Son ilusos los que ven en las contiendas de tipo legalista las únicas fuerzas que se oponen a la reacción. ¡Con qué facilidad y con que tranquilidad avanzaría ésta sí en vez de saber que ha de hallar un pueblo dispuesto a luchar a brazo partido, a hacerle la vida imposible en todos los terrenos, a entregarse a las acciónes más violentas y desesperadas, contara que sólo el formulismo de una protesta legal declamatoria o de una simple papeleta como expresión de una voluntad, ha de oponérsela!
Las contiendas de tipo legalista más o menos pronunciado no han de hacer perder al pueblo la noción clara de la realidad.
Desde arriba o desde abajo se puede rebasar todo límite de legalidad cuando se posee fuerza para ello. Eso es algo que los trabajadores no han de echar en olvido. Lo peligroso para ellos sería que en vez de confiar en sus propias fuerzas como armas, confiaran en la de cañas ajenas. Porque pueden tener la seguridad de que si se les respeta es porque, a pesar de su desunión y de su inconsciencia, se les teme. Y conviene que esa confianza derivada de que no puede ser eliminada su fuerza en tanto en ellos no decaiga la voluntad de lucha en el terreno de acción di,recta y decidida, no la pierdan en ningún Instante. La ruta fija, con el corazón esperanzado, y firme la acción. Esa será una actitud que se impondrá a la reacción y que la barrerá el paso, desmoralizándola.
Pero si la acción queda en suspenso y la desorientación cunde al fallar un resorte en el que se ha hecho confiar cán-didamente al pueblo y éste, faltado de apoyo, vacila, entonces si que se facilita la victoria reaccionaria, puesto que, aprovechándose de tal estado psicológico de desaliento e Indecisión, el enemigo toma la iniciativa.
A pesar de su incapacidad manifiesta, le suponemos suficientemente cauto a ese enemigo, sean cuales fueren los resultados de esa contienda de tipo legal, para no aventurarse a ciertas pruebas o ensayos. Las fuerzas populares en España no pueden ser reducidas así como así. Y si todas esas que participan aun de prejuicios políticos determinados, siendo proletarias, después de una decepción aleccionadora saben situarse dignamente, es decir, en el terreno de la acción revolucionaria, que no es el de la salida a la calle en actitud destemplada al primer grito, sino acción directa irreductible conscientemente desarrollada y empleada con fines concretos, los que se hayan adueñado del Poder, por haberles facilitado el camino cuantos aceptan como licito y legal un juego en el fondo inmoral, del que dependería la suerte del pueblo si éste no fuera ya mayor de edad para situarse y elegir su camino, no iniciarían su marcha triunfal.
Los peligros que amenazan al pueblo éste ha de tenerlos presentes, pero el peor de los riesgos lo correrla si empezara a desconfiar de si mismo, si creyera que detrás de ciertas derrotas. si no probables posibles, no cabía más actitud que la del sometimiento.
De ninguna manera podemos contribuir con nuestra actitud a que este fatalismo tome cuerpo en la conciencia colectiva. Ni el triunfo ni la derrota definitivos de los trabajadores pueden depender del resultado de una contienda legal, y cuantos luchan por su integral emancipación sabrán dar el ejemplo de entereza a todo el mundo no cejando en su esfuerzo frente a toda corriente reaccionarla, que con ellos ha de chocar, y también frente a los que se opusieran a aquellos propósitos emancipadores si después de estériles victorias se situaran al mismo nivel de los elementos reaccionarlos, cosa inevitable si pasan a ocupar el poder.
CONTRA VIEJAS Y NUEVAS SUGESTIONES AUTORITARIAS
Sí los anarquistas no considerásemos a todo gobierno como expresión de una tiranía permanente, fácilmente podríamos avenirnos a transigencias transitorias en nuestra actitud irreductible de oposición. Pero el gobierno, ya sea democrático, ya sea dictatorial, represente a la burguesía o al proletariado es el enemigo implacable del anarquista, que no puede pactar con él y que aspira a su total destrucción.
A los anarquistas no nos interesa que la autoridad se nos imponga por «gracia divina», por la voluntad de un autócrata, por la del capitalismo o en nombre del pueblo soberano. En tanto que autoridad, dura o benigna, feroz o conciliadora, estamos frente a ella, para combatirla y para aniquilarla en una actitud que no es la de un momento determinado, sino de toda ocasión, la de siempre.
Ciertas complacencias de la autoridad no pueden sobornarnos. Nuestra insurrección contra ella tiene carácter permanente y no pude ser remitida al mañana, para quedar hoy cruzados de brazos.
Cuando se nos habla de la posibilidad de un gobierno anarquista (?), de un Parlamento en que los anarquistas pudieran contar con una mayoría de representación (y esto se dice en serlo, hasta por personas que más o menos están en condiciones de conocer los principios de la idealidad libertaria) nos parece soñar, y nos preguntamos qué entenderá toda esa gente por Anarquía.
En algunos no habrá mala intención al proferir tales dislates. Nos hacen el favor de suponer a los anarquistas unos dechados de perfección, y consideran que un gobierno de hombres anarquistas sería algo ideal. jCon qué amarga ironía escribimos estas palabrasl ¡Un gobierno de anarquistas cosa ideal! ¿Dejaría acaso de ser gobierno? ¿Dejaría de ser tiranía la tiranía por llamarse anarquista?
¿Y cómo pueden penetrar absurdos tan peregrinos en los medios ácratas si no es por falta de preparación ideal, de base ét'ca en cuanto a anarquismo, de algunos de sus componentes? La Anarquía es una idealidad antiautoritaria, lo es por principio, no por simple razón de táctica, y en ningún momento, ni por conveniencia alguna, puede negarse a sí misma. Tal cosa ocurriría si los anarquistas ejercieran autoridad, sea cual fuere la intención que inspirara nuestros actos. Destruir la autoridad no lo conseguiríamos jamás pasando a convertirnos nosotros en autoridades. Se destruye dejando de ejercerla y procurando que nadie la ejerza.
No falta quién pregunte: pero ¿es que los anarquistas no ejercerán el gobierno una vez se instaure el comunismo libertario, es decir, cuando ellos triunfen? Si el comunismo libertario supone la abolición del gobierno y aun de la autoridad que podría encerrar la fórmula vaga e inconcreta «administración de las cosas», pues no ha de crearse una nueva jerarquía de administradores; si el comunismo, llamándose libertario, compaginara bien con cualquiera forma autoritaria, podría ser comunismo económico, como comunistas se han llamado ciertas instituciones jesuíticas, pero tendría muy poco de libertario.
Tal como se va perfilando el comunismo libertario y de la manera que se buscan fórmulas para popularizarlo, a las que la falta de comprensión dará una interpretación rígida y fanatizada, si algún día el impulso revolucionario, determinado por complejos factores sociales y psicológicos, nos lleva a realizar un ensayo restringido de dicho sistema, los anarquistas serán los primeros que habrán de alzarse defendiendo su independencia individual, su derecho a la libre experimentación, a la asociación y cooperación libre, sin sujetarse a normas generales coercitivas, y tendrán que hacer frente seguramente a una serie de problemas de índole moral, cosa que les colocará en situación de insubordinados, de rebeldes en el nuevo medio social establecido.
No se trata de mantener aquí caprichosamente el egocentrismo del yo en eterna nota discordante con la colectividad. El anarquista, como hombre y como anarquista, no es un ser insociable. La sociabilidad es una condición de la naturaleza humana. Pero lo es para la defensa misma del individuo, no para sacrificar éste a la colectividad. Y lo que interesa es hallar la fórmula armoniosa que permita hacer que marchen acordes el individuo y la colectividad, para lo cual no ha de concebirse ésta unilateralmente. La colectividad no es un todo orgánico único. Si tuviéramos que dar de ella una definición biológica, diriamos que es una asociación de organismos autónomos que. como los mundos sidéreos, si forman parte de un sistema, no es con movimiento uniforme, ni siguen todos una misma dirección, aunque pueden identificarse en una finalidad común de conservación y hasta de superación de la vida y de los mundos en el universo.
El anarquismo no es partido como todos los demás partidos políticos. Encerrar al anarquismo en el marco de la palabra partido, aunque io hayan hecho algunos esclarecidos teóricos ácratas usando de este vocablo sin tal fondo intencional, es expresar muy pobremente la concepción del ideal. Los ideales no caben en los partidos políticos. Son sustituidos por los programas. Y hasta los programas a la larga resultan unas caricaturas. Un ideal es algo más que un programa. Tiene más substancia. Mayor fuerza vital. Existencia más prolongada. Un programa se avieja. Un ideal subsiste a través de todos los cambios, a pesar de toda división. No desaparece. Vive cuando expresa y responde a estados de conciencia individual consubstanciales a la misma vida humana. Y el anarquismo es eso: una idealidad que, por su fondo, por su substancia espiritual, se proyecta más allá del hoy inmediato; es un ideal al cual el mañana no condena a morir. Tiene raíces biológicas. Surge de fuentes que la propia naturaleza alimenta.
La Anarquía no es un partido; en todo caso es partido de toda la humanidad, de una humanidad antiautoritaria, múltiple, rica, variada en fondo, forma y esencias y en la que los consejos, los comités, las federaciones, los delegados, etc., siempre representarán pobres cosas para regular, coordinar y metodizar los complejos fenómenos de su desenvolvimiento natural.
Los anarquistas no forman un partido político con programa de gobierno aplicable a la sociedad. La vida de los pueblos se desarrolla fuera de la política. Las bases sociológicas del anarquismo son mucho más amplias. El anarquismo tiene su ética, repelente con la política al uso. La ética del anarquismo es la que afirma en su más amplia expresión la dignidad del individuo, no la del hombre en su concepción abstracta; del Individuo, realidad diferencial y concreta. El anarquismo empuja al Individuo en un fecundo autoesfuerzo de superación, sin corromper las fuentes de vida moral con obligaciones o sanciones interesadas. El anarquista está por encima de los partidos políticos y aun de un supuesto o de supuestos partidos anarquistas, y lo está por razón de principio, de Idealidad. Es la más elevada expresión de la conciencia del hombre, de la afirmación de sí mismo, de su personalidad, solidario con los demás seres humanos.
Un programa más o menos anarquista podrá formar parte de ésta o de otra época. La idealidad anarquista, con principio bien definido, negador de toda autoridad, tiene camino ascendente infinito y abarca todas las épocas. En la vida, en el universo, todo cambia, todo evoluciona, pero quedan intactas las fuentes inagotables de energía a través de sus múltiples cambios de estado. La vida de los pueblos y la de los hombres podrá variar; se transformarán sus instituciones políticas, sociales y económicas; se producirán profundos cambios óticos, mas el anarquismo representará en todo momento una fuente de energía creadora en el individuo y en la sociedad porque el conflicto entre la autoridad y la libertad, desde que el hombre entra en uso de razón y tiene conciencia de sí mismo, halla un punto inicial; y mientras el individuo y la colectividad existan, probablemente tendrá actualidad en todo tiempo, aunque no siempre se plantee en los térnvnos agudos, crudos y brutales de nuestros días.
Los anarquistas no podemos ejercer la autoridad ni aun para «imponer» la Anarquía. Hay quien sostiene que desde el poder, éste en manos de los anarquistas, podrían realizarse una serle de mejoras beneficiosas para la realización del ideal anarquista. No sabemos en qué podrían consistir esas mejoras o reformas. Pero si sabemos que los cambios o mejoras que se producen en el orden social y en todos los órdenes humanos, tienen su punto de partida fuera del poder, que jamás ha sido creador por sí mismo. Hasta para que en el poder se inicie una renovación de programa, que no altera fundamentalmente su esencia autoritaria, es necesario proceder desde abajo, formar un estado de conciencia individual o colectivo propicio. Y la Iniciativa nunca parte de arriba. Es desde abajo que se impone como una exigencia al poder y hasta contra el poder mismo.
A los anarquistas no se nos ha de hacer proposiciones seductoras de ninguna índole para convencernos de la conveniencia de sumarnos como un partido más a las demás corrientes autoritarias. Ya sabemos sobradamente de su excelencia. Si para que el advenimiento de ia Anarquía —empleamos la metáfora un poco mesiá-nica— se produjera con la antelación de algunas décadas, tuviéramos que pasar por el poder, que designar diputados, que ejercer la autoridad, desempeñando cargos civiles, militares, policiacos, etc., muy gustosamente renunciaríamos a esa anticipación «anarquista», y sin dejar de rebelarnos contra el orden de cosas establecido, nada haríamos para precipitarla.
La autoridad que combatimos los anarquistas es la de ayer, la de hoy y la de mañana en todas sus formas de expresión y a través de todas sus transformaciones, y si hay algunos anarquistas que no lo entienden así, es porque aun en su espíritu ejercen más grande influencia las corrientes autoritarias. Si no son capaces de desprenderse de esa influencia, harán bien en sumarse abiertamente a dichas corrientes y en entregar a ellas sus actividades. A los que entendemos la Anarquía como ideal que no acepta ni transige con autoridad alguna, así quizás al menos nos dejarán tranquilos y nos ahorrarán el trabajo de tener que combatir a la autoridad dentro y fuera de casa, ya que esté donde esté y se presente con la forma que se presente, para nosotros es y será siempre igualmente detestable.
LOS ESCOLLOS INMEDIATOS DE LA REVOLUCION
La realidad viene a confirmar cada día que sólo es eficaz la acción que el pueblo realiza por su propia cuenta. Cuando se trata de que todo se desenvuelva por el camino de la juri-cldad, muy a menudo la marcha queda interrumpida y no hay manera de continuar el camino sino saltando por encima de todos los obstáculos y marchar adelante.
La juricidad es un prejuicio conservador que el legislador, sin más consideración que la necesidad de reformismo, ha cuidado de hacer prevalecer en el movimiento obrero esgrimiendo el sofisma de que asi se daba facilidad para el triunfo y que éste quedaba consolidado con pasos firmes y decisivos. Pero ya hemos visto a través de las experiencias de las luchas cotidianas como, amparándose en juricidades, el pueblo no ha visto coronada ninguna de sus aspiraciones elementales.
Desde la Revolución francesa (1879-93) acá sabemos prácticamente a qué queda reducida la declaración y el reconocimiento solemnó de todos los derechos jurídicos. Donde el pueblo no cuenta con fuerza para bastarse a hacerlo respetar, todo derecho proclamado es nulo. La juricidad es conservadora, y siempre se inclina al lado de la reacción y es utilizada por ella en una sociedad dividida en clases y en castas.
Si los pueblos en las luchas contra el poder feudal arrancaron cartas de emancipación e hicieron reconocer derechos, fué por su acción decidida, no por respeto a principios de juricidad que eran expresión genuina de barbarie, como lo son muchos de los que hoy mantienen y que hay empeño en prolongar su vigencia. Las etapas de desarrollo económico, de industrialización facilitaron sin duda ese reconocimiento, pero la piqueta que demolió privilegios para que brotaran nuevos manantiales de derecho y por ende de juricidad más en consonancia con el espíritu de la época, con las necesidades y sentires de los hombres, con su propio concepto de la dignidad, fue la acción revolucionarla, que no buscó una comprensión por parte del privilegio y que le forzó al reconocimiento, con los hechos por delante, de lo que no podía dejar de ser porque ya había tomado cuerpo en realidad; y la juricidad no tenia más que amoldarse a esa realidad que le era superior.
Una acción netamente revolucionarla no puede atenerse al prejuicio de la juricidad. No puede aceptarse como buena la teoría del máximo reconocimiento de derechos y de madurez de las cosas para el advenimiento espontáneo de una aspiración emancipadora. La juricidad casi siempre resulta losa de plomo para la revolución. Ha de hacérsela saltar rota en mil pedazos para que ésta recobre su brioso y fecundo impulso.
En España en cinco años (1931-1936) hemos podido vivir esa experiencia de ver como el camino de la juricidad estrangula a la revolución proletaria. Se trata de sacar adelante a la burguesía liberal, de consolidar una etapa democrático-burguesa, y cuantos respaldan la juricidad y subestiman a la revolución, por más que se califiquen a si mismos de revolucionarios prácticos, no hacen más que afirmar la posición de todo el bloque reaccionario, que ha de conspirar en todo momento para implantar una dictadura.
El pueblo no ha de vivir confiado. La Revolución tiene sentido permanente, abierto ya el proceso revolucionarlo, o degenera en reacción. Desde arriba no se apoyará en momento alguno a la revolución proletaria. Al orden si, y el orden hoy en día es democrático burgués.
No ha de perderse de vista que las clases privilegiadas, que todo el reaccionarismo intransigente maquina y se prepara para aplastar a la revolución que teme, apelando a todos los medios, recurriendo a todas ias armas. jAy del pueblo si fiara en la solidez de la juricidad, si no viera como toda magistratura en una sociedad de antagonismo de intereses está manchada por un vicio de origen que le hace indigna de ser depositaría de confianza alguna!
Si el concepto de juricidad no llega prácticamente a la negación del previleglo y del Poder, es de fondo reaccionario. Y así es en efecto. Hay que superar, pues, el concepto de la juricidad, para dejar libre curso al desenvolvimiento de la acción revolucionaria. No es el pueblo el que ha de cuidar de buscar leyes mejores sino de aprender a pasarse y a vivir sin leyes. No ha de querer que se le reconozcan derechos; debe afirmarlos con voluntad obstinada.
Hasta hace poco se nos presentaba el fascismo como un peligro inmediato, amenazador. Conseguida una victoria de tipo legalista, en la que ha pesado de manera decisiva el clamor de las cárceles, se quiera echar en olvido lo que ayer era plato fuerte de todas las horas. Y no. El peligro fascista no varia por una simple cuestión de cambio de gobierno. La máquina del Estado permanece la misma. Las jerarquías administrativas y jurídica, las de todas las instituciones consubstanciales al Estado, fundamentalmente no varían. Su engranaje no lo modificarán las rotulaciones flamantes. Es el mismo pieza por pieza. Pero queda todo lo demás, aquello en lo que el frente político democrático-burgués quiere introducir reformas. Y eso también ofrece resistencia granítica, frente a la cual se estrellan las de por sí endebles disposiciones de tipo legalista. Es la reacción la que opone formalmente a la nueva juricidad. Y apela todos los medios.
Se quiere cerrar un proceso revolucionario con una solución democrático-burguesa alejada de las soluciones extremas. La simpatía y la adhesión del pueblo no pueden obtenerla una solución de tal naturaleza.
Va sabemos que si se consiguiera levantar la industria, abrir trabajos, hallar medios para dar facilidades de vida al pueblo, mucho de la rebeldía y del descontento actual desaparecerían. Esto no dice nada en contra de los revolucionarios que preconizan soluciones extremas. Todo período de prosperidad relativo de un país dentro del sistema capitalista-estatal es efímero. Dejar para mañana la solución de problemas que no pueden eludirse nada resuelve. Además, es equivocada la apreciación que quiere dar a entender que el proceso revolucionario lo determina únicamente el malestar social. Hay todo un mundo moral en juego que actúa como factor. Los nuevos conceptos de la dignidad humana, de la personalidad impulsan de manera poderosa ese proceso de transformación social. Se quiere una revolución de tipo económico. Se sabe que ésta ha de influir en la de todas las instituciones jurídicas y políticas. Pero se va a una revolución de tipo fundamentalmente político que destruya a la autoridad y a todas sus formas de manifestación. Al menos en España esta es una de las aspiraciones que cuenta con amplia base de apoyo popular.
Será muy útil impedir que el pueblo sea desviado de esa buena senda. Que vea y comprenda, que sienta la necesidad de la destrucción del Poder político lo mismo que la opresión económica. Y que no piense valorizar ni transitoriamente nuevas tiranías. Que no deje encerrarse en nuevas murallas de juridicidad, que la mantendrían esclavo por más apariencia de libertad que quisiera dársele. Cuando la juridicidad se incorpora algo propio en la vida espiritual del individuo y de las colectividades la causa de la esclavitud cuenta con su más firme sostén.
La influencia de la juricidad metida en el movimiento obrero revolucionario no podria ser más perniciosa y funesta. Por eso todo desvío que tienda el acercamiento con cuantos ejercen dominio económico y político en un sentido de colaboración directa o indirecta con los que han de perseguir como único fin la conservación de sus privilegios, ha de ser combatido. El papel de la democracia burguesa lo mismo que el de la socialdemocrácía y que el del totalitarismo dictatorial sigue siempre una trayectoria esencialmente contrarevolucíonarla.
Los trabajadores hispanos han de darse cuenta perfecta de que no es hora de amarrar la nave, sino de seguir rumbo adelante. El peligro fascista ha sido explotado hasta hace poco y ha servido de trampolín político. Sin embargo, no era amenaza vana. La raíz queda. Hay que arrancarla, y esperar que esto se haga desde arriba, es soñar.
El proceso revolucionario está abierto. La juricidad tiende a estancarlo. Al proletariado compete plantearlo cada día como problema de hecho. Se esgrime con frecuencia el sofisma de la madurez y de la oportunidad de las cosas. El ardor humano es capaz de colocar en sazón mucho de lo que con frecuencia se pone en tela de juicio. Querer y saber es poder. La participación activa, consciente del pueblo en el movimiento revolucionario ha de conseguirlo todo. No dejarse abatir ni deprimir por las dificultades, por lo arduo de la empresa, es una de las bases esenciales para asegurar el triunfo.
A la revolución que tienda a la transformación social ha de dársele vigoroso impulso. Ha de imprimirse su sello en los hechos de la vida cotidiana. Actualizarla, no dejarla como cosa postergada. Para ello es necesario no domesticar a las masas obreras, desviar de los cauces de la juridicidad a la acción popular. El fascismo, la reacción, hacen tabla rasa de toda juridicidad. Van a lo suyo en defensa de unos privilegios de clase y de casta y entronizan alii donde pueden imperar la barbarie. El sentido profundo de la revolución que patrocinan los trabajadores conscientes y los hombres de idealidad generosa, humanista y libertaria es otro muy distinto. Pero tiene que romper necesariamente, violentamente, con todo lo que represente encarnación genurna de las viejas fórmulas autoritarias, absolutistas, totalitarias, que en la juridicidad imperante hallan su vertebración.
Actualizar la revolución, romper con la juridicidad no significa salir a algarada por minuto, malgastar las energías. Las iniciativas que abren surco revolucionario son múltiples. La revolución ha de tener la máxima extensión nacional e internacional, mas son los revolucionarlos allí donde se encuentren, aldea, pueblo, ciudad, campo, taller, oficina, hogar, biblioteca, el sindicato, el grupo, la vía pública, etc., que han de ponerla en marcha, obrando automáticamente a impulso de sus posibilidades y de su consciencia revolucionaria. Actualizar la revolución es fomentar el inconformismo entre las masas, procurar que sean libres en sus iniciativas, evitar que sean uncidas a nuevas tiranías.
Asistimos a un proceso de desenvolvimiento revolucionario. Entretenerse únicamente en luchas de mero tipo sindical reivin-dicativo económico, es desviar el ataque a fondo en la lucha decisiva entablada.
El movimiento obrero revolucionario español ha de saber evitar esos escollos. El enemigo no está vencido. Es fuerte y dispone de sobrados medios para defenderse. Si la presión popular cede o es desviada desembocando en la juridicidad, si el impulso revolucionario desfallece, lo que se tambalea puede recibir una nueve inyección de vida por tiempo indefinido. Evitarlo es una necesidad imperiosa para cuantos sinceramente deseen una revolución de tipo social. Y la mejor manera de conseguirlo no es una centralización del movimiento revolucionario, articulándolo en direcciones de mando, sino fomentando los focos revolucionarios autónomos y la libre iniciativa insurreccional en todas partes.
EL IMPULSO INDIVIDUAL EN EL IDEAL ANARQUISTA
EL ANARQUISMO NO ES MERA DOCTRINA ECONOMICA
Aunque los anarquistas han sostenido siempre que sin la transformación del medio social y de sus bases económicas —propiedad privada, salario, explotación del hombre por el hombre, etc.— no existiría verdadera libertad, la Anarquía no es una doctrina fundamentalmente económica.
Decir que la Anarquía, con relación a la economía, es individualista, comunista o colectivista, es usar de un lenguaje inapro-priado.
Los anarquistas pueden ser partidarios, desde el punto de vista de sus preferencias individuales, del sistema económico que, excluyendo la explotación del hombre por el hombre y la explotación del hombre por el medio social o bien la explotación del medio social por el hombre, consideren más justo y más de acuerdo con sus particulares concepciones de la vida; pero en las querellas por lo que pueden ser esas preferencias, no han de mezclar, por no haber razón alguna para ello, el nombre de la Anarquía, que en materia económica no posee más definición concreta que la que podría resumirse en estas palabras: evitar, impedir, destruir la esclavitud, la sujeción, la alienación del hombre en el medio que sea, no importa el lugar ni la época.
La Anarquía mira desde lo alto a todas las doctrinas económicas y ofrece a los hombres una síntesis suprema y armoniosa: la libertad, afirmación constructiva de vida antepuesta a un principio negativo, a la autoridad.
No necesitamos libertarnos de lo que contribuye a conservar nuestra salud y nuestra vida; a hacernos sentir la alegría del vivir, bello, intenso, armonioso. No necesitamos libertarnos de nuestros sentidos, de nuestras sanas pasiones, despojarnos de nuestra individualidad. Lo que somos lo que tenemos y lo que podemos ser considerándonos una individualidad independiente en el conjunto social, está en nosotros y lo queremos propiamente; no deseamos desprendernos de ello, si contribuye a nuestra felicidad y no perjudica ni causa dolor a los demás, que amamos voluntariamente, sin dejarnos esclavizar por el sentimiento de renunciación a nuestra independencia por no causarles una pena, por no afligirles, por no producir una perturbación a un orden determinado de cosas establecido sin nuestro consentimiento. No necesitamos libertarnos de otra cosa que de lo que nos oprime y nos hace sufrir innecesariamente, y esto no por un misticismo de vida que nos hunda en la nada, sino por algo superior a todo razonamiento que atente contra la propia vida, ampliamente sentida, concebida y amada, sin anemia, sin enfermedad, sin muerte anticipada voluntaria.
ANARQUIA: NEGACION DE TODA AUTORIDAD
La Anarquía es la ausencia de gobierno, de soberano, de autoridad, de mando. Es una filosofía individual y social incompatible con todo principio de autoridad.
Todo lo que ejerce coacción sobre nuestra voluntad libremente considerada, todo lo que nos obliga y nos fuerza a la aceptación de una cosa que voluntaria e íntimamente nos repugna, es autoritario. Podrá, en casos dados, alegarse que lo que se nos impone o desea de nosotros se hace en nombre de nuestro bien, o para no perjudicar a los demás, mas para que perdiera su carácter autoritario, para aceptarlo o sufrirlo, necesitaríamos poder convencernos de ello, sin coacción externa.
La historia de la autoridad no está vinculada únicamente al poder, al gobierno, al soberano. Participan también de ella y la continúan en cierto modo, —y sobre esto deben fijar su atención los anarquistas de las generaciones jóvenes— la colectividad, el grupo, el sindicato, el mismo pueblo, el comité, en una palabra, toda una gama de jerarquías que se colocan por encima del hombre libre, del individuo independientemente considerado.
La autoridad que combate el anarquista, que niega y que tiende a destruir no es la autoridad única del poder, del gendarme. El anarquista es un Individuo libre, y para serlo no ha de vaciarse íntimamente, de convertirse en un simple ente físico. Es él una realidad orgánica por la que la línea de la vida discurre; es un ser con células, con tejidos, con nervios, con huesos y con sangre, una sangre que circula, que se quema, que se electriza, que se transforma en pensamiento, en sentimiento, en idea, en acción, y al individuo le precisa ser pletórico, no huero, que sólo así se concibe que pueda darse, mostrarse altruista y generoso aun en la poderosa expresión de egoísmos exquisitos y refinados.
Si en ese pletoricismo de vida el individuo no es dueño de sus sentimientos, de sus pensamientos, de su voluntad, no tiene un mundo que le hechice y le atraiga, algo que mantenga en él la llama del propio ser como realidad en el medio social y aun en el medio cósmico ¿cómo podría ser libre y manifestarse tal? Los anarquistas no quieren la libertad fuera de la naturaleza. No podemos liberarnos de nosotros mismos, del medio cósmico y natural más que con la muerte, pero es posible libertarnos de mucho ajeno a nosotros —habla en nosotros la voz de la especie, la de nuestros antepasados— y que también por Imposición ajena contribuye a nuestra infelicidad.
Al mismo tiempo que lo que emana de un poder, de un gobierno, el anarquista rechaza la autoridad en todos los órdenes que guardan relación con la individualidad humana. En el orden ético, en el orden intelectual, en el económico, de igual modo que en el político, en el religioso y en el filosófico, el anarquista es antiautoritario, y cuanto se presenta bajo la forma de imposición, de coerción, lo rechaza.
LAS INFILTRACIONES AUTORITARIAS Y LA POSICION INDIVIDUAL
La imposición moral, la intelectual, la religiosa, la espiritual, tienen sutiles formas de penetración en el individuo. No se presenta con el carácter brutal de la imposición en el terreno político-económico, que se dirige principal y directamente a la sujeción material del individuo, aunque la consigue en los demás órdenes por medio indirecto, mas la primera de esas imposiciones a que acabamos de hacer mención es tanto o más peligrosa que la de este último tipo a que nos referimos.
Con frecuencia podemos observar cómo individuos que com-b£ten a los poderes políticos y a los hombres que ejercen autoridad no están libres de los prejuicios autoritarios y nos muestran una mentalidad conformada a los mismos. En el orden ético ocurre lo propio. Son muchos los que blasonan de estar en posesión de una moral libre y en la práctica ésta resulta sujeta, a veces por oposición servil, a los rutinarismos del medio social, de la moral Imperante, de la «moda».
Para libertarse de los prejuicios autoritarios en el orden ético e intelectual es conveniente que el individuo sepa concretamente lo que representan esos prejuicios y aprenda a distinguirlos aun en sus más sutiles formas de penetración, y esto, desde luego, sin ?utoesfuerzo intelectual y moral no se consigue.
Podríamos cambiar el medio económico, podríamos cambiar el medio político, pero el cambio no sería más que aparente sí en el orden intelectual y en el ético continuáramos rindiendo culto a las formas y al espíritu autoritario, a los prejuicios convencionales.
Si el anarquista no sabe conscientemente lo que es y lo que quiere; si no sabe defenderse y reaccionar adecuadamente frente a todas las manifestaciones autoritarias que desde sus respectivos dominios conspiran constantemente contra su integridad como individuo libre, poco o nada se diferenciará de los demás hombres.
Para no rendir culto a la autoridad en materia intelectual o ótica, es preciso haberse elevado por encima de fórmulas y de símbolos, de mitos y de fetichismos, de ios «fantasmas» que se ocultan detrás de cada palabra con la pretensión de avasallar nuestro yo. No basta para ello una simple actitud negativa. El vacío en el orden intelectual, en el ético, en todos los órdenes de la vida, no se concibe. Lo que no llenemos, lo que no acertemos a llenar nosotros, lo llenarán otros. Sólo a condición de conocer podremos rechazar la autoridad que el conocimiento de otros puede pretender imponernos; podremos dejar de ser esclavos de los que nos dé su intelecto como definición concreta de una verdad o como simple hipótesis. Sólo poseyendo nuestra ética y dándole realidad práctica en la vida, valor de hecho realizable y realizador, conseguiremos libertarnos de la esclavitud moral que podrían Imponernos los demás.
El medio social tiene mil maneras de ocultar la atención de nuestra mente, de depositar falsos conocimientos en nuestro cerebro, de atiborrarle de fórmulas perniciosas, de guiarle de conformidad con los Intereses de ese propio medio, de la clase y de los prejuicios dominantes, y si el individuo, aunque se llame anarquista, no sabe apreciarlo y distinguirlo, intelectualmente no podrá mostrarse libre.
La esclavitud intelectual repercute e influye directamente en la moral, y siendo también complicada la gama de sentimientos, de afectos que el medio pone en juego, el anarquista se verá sujeto a su autoridad si no ha sabido poblar sus interioridades, enriquecerse con la ética de acuerdo cotí su concepción filosófica de la vida, de la sociedad, del hombre y del mundo.
Sobre la conciencia del anarquista, no han de pesar los prejuicios de la moral autoritaria, pero el anarquista, que ha de conocerse a si mismo, no puede ignorar ni olvidar que fuera de él hay otros individuos, otras vidas que se mueven o pueden moverse por impulsos parecidos o semejantes a los suyos y que de las fórmulas éticas vagas o no del medio social que formen esas existencias no podrán independizarse del todo sino a condición de haberse sabido crear fuerte en sf mismo.
SER ANARQUISTA NO ES DEBER: VOLUNTAD DE SER
El individuo no debe ser anarquista por deber. La Anarquía es una idea que está muy por encima de todo concepto de religiosidad en cuanto a deber. No tenemos ninguna obligación de ser anarquistas. Nadie puede exigírnoslo ni puede sernos exigido en nombre de nada. Si somos anarquistas es simplemente porque queremos y podemos serlo.
Para gran número de individuos, existe esa como especie de deber moral de ser anarquistas. Sienten la Influencia del medio ideológico con el que más directamente están relacionados. Aceptan como cosa de precepto el ser anarquista y, como por regia general no están moralmente formados, resulta que el anarquismo de dichos individuos en los hechos está en contradicción flagrante con lo que la anarquía significa y representa.
Si somos anarquistas no es por deber, sino por convicción y por entender que la autoridad en todo tiempo y se disfrace con uno u otro nombre, que sea uno o muchos los que la ejerzan, es perniciosa para el individuo, lo es para cada uno de nosotros en la realidad de ahora que, aunque efímera, cuenta en lo infinito del tiempo, como ha contado todo lo que ha sido anterior a nosotros. Mas no colocamos la Idea por encima del individuo. El individuo es el dueño de la idea; ella vive en él, en tanto que ésta interpreta y anima su vida y a su vida interesa y aunque más allá de su vida se prolongue.
No importa que una corriente ideal se extienda y gane a otros individuos. La ¡dea está en marcha, pero el hombre no ha de hacerse esclavo de ella. Las Ideas que viven no son las que se estacionan en las regiones puramente especulativas. Son las que se afirman en la realidad con actos voluntarios de los hombres. La Anarquía no es un ideal condenado en fuerza de extorsiones y de sublimidades a vagar por las regiones de lo etéreo por los siglos de los siglos. Es un ideal que si vive en los anarquistas, ha de demostrarse en los hechos, y así, por proyección individual, ejercerá una influencia en el medio social.
CONCRECION IDEAL DE HOY Y DE MAÑANA
Polemizar a estas alturas sobre si se puede vivir o no en anarquía; sobre si los hombres habrían de ser mejores o peores, tener mucho de perfección o de imperfección, es cosa ociosa por demás y necia. SI tenemos un Ideal, no es simplemente para dirigirle endechas. La anarquía, como ideal alguno, a bien seguro que no se realizará jamás íntegramente en todo tiempo y latitud, pero es un ideal realizable no importa en qué momento donde se quiera y se pueda, ya individual ya socialmente considerado.
Lo que importa es que los anarquistas no dejen de ser anarquistas, es decir, refractarios en absoluto a toda autoridad, aun a aquella que podría nacer de la evaluación de oportunidades revolucionarias, en cuya evaluación generalmente no se tiene en cuenta que la anarquía que se «impone» no es anarquía y que la practlcidad del anarquismo no está subordinada de manera exclusiva al hecho revolucionario, aunque mucho pueda contribuir a su desarrollo realizador prescindiendo del autoritarismo común a toda revolución triunfante y, por el hecho de serlo, vuelta conservadora.
Los medios de que el individuo anarquista puede valerse para realizar su ideal, son múltiples, y en la cuestión de preferencias tácticas o de posición no puede haber disputa. En que la anarquía no es autoridad es en lo que se está de acuerdo, y ello constituye la base fundamental.
Pueden los anarquistas al substantivo ideal añadir al adjetivo concordante que quieran. Si lo fundamental y común a cada tendencia es la negación de toda autoridad, al afirmarse en su acción independiente o conjunta, aislada o solidarla en tal sentido, no harán más que abrir vías anarquistas realizadoras para sí mismos y para los demás, sí a los demás interesa, que los anarquistas no pueden ser redentores de nadie y menos del que a sí mismo no sabe, no quiere, no puede o le es Indiferente libertarse, poseer Individualidad propia consciente.
Las formas autoritarias no repugnan por igual a todos los individuos. Hay sensibilidad que compagina bien con ellas, que no les son repelentes. Si para interesar a los demás y hacerles participar de nuestros ideales y de nuestros sentimientos, debemos hacer entrega absoluta de nuestra vida a su causa, en vez de realizar nuestro ideal de vida, no habremos hecho otra cosa que esclavizarnos voluntariamente por las condiciones de vida de los demás con escaso provecho para todos; y esto, en parte, es lo que viene ocurriendo en algunos países desde hace varios años, en que las mejores actividades anarquistas son absorbidas por otros medios en que la verdadera influencia anarquista, considerado el volumen y la Intensidad del esfuerzo empleado, es mínima.
EL IMPULSO INDIVIDUAL
El que quiera obrar en anarquista, ya sea individualmente, ya sea en contacto con la masa, puede. Si en el movimiento revolucionario procede como un dictador, por temperamento o por lo que sea. muy tarde le llegará la hora de obrar en anarquista.
Partidarios resueltos de la anarquía, no esperemos a verla realizada mañana. Es cuestión de actualizarla, y querer para ello es la mejor táctica.
No desfiguremos nuestras ideas antiautoritarias con componendas oportunistas ya sea con relación al ilusionismo democrático o bien al suficienticismo revolucionario. La anarquía es una teoría que no puede ser inconsecuente consigo misma. Ella está al alcance de nuestra mano, no como un ideal lejano, sino como realidad prometedora y fecunda. Es algo más que un ideal a flor de labios. Es la vida misma, la de cada anarquista, en acción. Si no se comprendiera así, poca espriritualldad anarquista viviría en nosotros, y en los diversos aspectos de la coerción política, económica, intelectual y religiosa, seguiríamos sometidos, por impotencia e incapacidad realizadora en nosotros mismos, a los fueros de la autoridad.
El anarquista, si lo es, se esforzará en vivir su vida como experiencia individual, en anarquista, desde hoy, sin esperar a que una revolución de tipo más o menos milagroso le permita hacerlo. Si tal voluntad de vida se realiza haciendo frente a las dificultades y a los obstáculos que ofrece el presente medio social, el anarquismo influirá en la transformación de éste, de lo contrario no hará más que sumarse a las fuerzas que impulsan las corrientes autoritarias.
Los anarquistas combatimos a la autoridad donde esté y la represente quien la represente. El combate no es un combate platónico. Si no nos hiciéramos fuertes en nuestra intimidad, en nuestro interior, en nuestra posición individual, fácilmente seríamos barridos o nos veríamos obligados a ir a remolque de los demás.
El movimiento anarquista es suficiente rico en individualidades, al menos en España, para afirmarse como una fuerza capaz de hacerse respetar. Pero los anarquistas y cuantos simpaticen con el ideal anarquista no han de olvidar, por muy revolucionarios y anarquizantes que sean, que la Anarquía es la negación de toda autoridad, lo mismo en el orden político, que en el orden económico que en el ótico e intelectual, y que para defenderla y afirmarla cada Individualidad ha de pertrecharse y de prepararse por si misma el máximo de lo posible, sin esperar a que otros le den ya hecho lo que únicamente de sí propio depende: La confianza en lo que cada uno pueda por si mismo es el más firme punto de apoyo con que cuenta el ideal anarquista.
Germinal ESGLEAS.
NOTA. — Estos escritos fueron publicados por primera vez en «La Revista Blanca», Barcelona, durante el período de enero a julio de 1936.
I. — Prólogo.
II. — Valorización del socialismo y del anarquismo en el Movi
miento revolucionario.
III. — El fascismo en acción.
IV. — Las realidades inmediatas y el fin emancipador.
V. — Oportunismo político y acción revolucionaria.
VI. — Falsas posiciones del proletariado en la lucha social.
VII. — El pueblo ha de confiar en sí mismo.
VIII. — Contra viejas y nuevas sugestiones autoritarias. IX. — Los escollos inmediatos de la Revolución.
X. — El impulso individual en el ideal anarquista.
S.Q.I. - Toulouse